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La gitana Mariquilla está enamorada de un soldado de la guarnición de la Alhambra, pero su padre quiere que se case con un escribano tan rico como anciano.
GÉNERO: Adaptación Literaria,Comedia
Cuentos de la Alhambra (Florián Rey, 1950)
Florián Rey declaraba abiertamente en su día buscar la inspiración en El sombrero de tres picos, de Pedro Antonio de Alarcón, cuya versión multilingüe firmada por d’Arrast en 1935 había sido uno de los grandes éxitos del cine republicano.
Las influencias no cinematográficas provienen de Washington Irving, claro -el cuento de “El corregidor y el escribano” sirve de base argumental a la cinta-, de los libretos hispanos de Beaumarchais e, incluso, de la escenografía romántica de Doré. Sin ser una película tan pictorialista como La aldea maldita (Florián Rey, 1930, versiones muda y postsincronizada, y 1942, versión sonora), Cuentos de la Alhambra, juega a recomponer algunas estampas románticas de la España de Merimée. Porque si al francés corresponde la ideación del tópico de la mujer andaluza, toda fuego y pasión, a Irving le debemos la identificación definitiva de lo andaluz con lo oriental, la formulación de la Alhambra como símbolo y metáfora de la España musulmana, soñadora y oriental.
El director insiste en que en ningún otro lado del mundo “se condena el costumbrismo nacional como aquí se ha condenado, aunque ahora quizá se empiecen a ver las cosas de otra manera, sobre todo, desde el punto de vista de la exportación, de la que ha hablado recientemente el Ministro de Industria”. Por ello no es de extrañar que el prólogo nos sitúe en Nueva York, en 1820, con un Irving enfermo y añorante de España en una alegoría de las relaciones hispano-norteamericanas en el momento del rodaje.
El enredo sentimental, en el que se mezclan el bandolerismo, las viejas leyendas, la farsa de trajes, algunas canciones y un puntín de modernidad al verbalizarse el desacuerdo de algunos personajes con el autor y la consiguiente discusión pirandelliana sobre su autonomía como entes de ficción, resulta lo suficientemente fértil como para seguir transitando por dicha senda.