Scheherezade / Shéhérazade / La schiava di Bagdad 1963)

Scheherezade / Shéhérazade / La schiava di Bagdad (Pierre Gaspard-Huit, 1963)

Scheherezade es una producción francesa con participación italiana y española. Esta última se logró gracias a la inclusión en el reparto de António Vilar, Jorge Mistral y Fernando Rey en roles más o menos principales y a las localizaciones naturales y a los técnicos de producción y construcción de decorados. Estos son los principales protagonistas de esta aventura de las mil y una noches: diseñados por el ucaraniano GeoNicholas Ray, 1961) y había participado en otras fantasías orientales francesas como Ali Baba et les 40 voleurs (Alí Babá y los cuarenta ladrones, Jacques Becker, 1954). El resultado es una película kitsch a más no poder en la que la actriz nouvellevaguiana por excelencia, Anna Karina, asume por primera vez el rol de estrella del cinéma de qualité. Para que todo resulte un poco más confuso, su pigmalión, Jean-Luc Godard, hace un cameo como un equilibrista que camina sobre las manos y solicita un óbolo de los caballeros cruzados de Carlomagno.

El amor fatal del caballero cristiano Renaud de Villecroix (Gérard Barray) por la princesa Scheherezade (Karina), elegida por el califa de Bagdad (Vilar) para convertirla en su esposa mientras el malvado visir (Mistral) intriga para tomar el poder con una de las candidatas rechazadas (Marilù Tolo) apenas dan para unas convencionales idas y venidas por el desierto y unas cuantas escenas de lujo y danza en el palacio y el harén. Salvo la batalla y el duelo finales, apenas hay acción reseñable en la película y los diálogos ampulosos de Marc-Gilbert Sauvajon bien podrían haber figurado en algún peplum coetáneo. El resto es puro despliegue escénico. En todo caso se salavan un par de ideas perdidas en las casi dos horas de metraje: la silueta de la mujer perfecta, por la que las candidatas a casarse con el califa deben pasar sin hacer sonar una sola campanilla y un espectáculo de sombras -remedo del cine- en el que el atribulado Villecroix asiste al remedo burlesco de la noche de bodas del califa con su amada; cual nuevo don Quijote ante el retablo de maese Pedro arremete contra la imitación de la vida, cuya diferencia con la realidad es incapaz de discernir.