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Un policía íntegro conoce a una mujer y, para atender sus caprichos, comienza a deslizarse por la senda de la corrupción y el crimen.
GÉNERO: Intriga,Policiaco
El salario del crimen (Julio Buchs, 1964)
A Mario (Arturo Fernández) se le ofrece inesperadamente la ocasión de pasarse al lado oscuro. El es policía, ha ido a registrar el piso de un camarero (Luis Marín) dedicado al menudeo de cocaína, y durante su escapada se ha precipitado al vacío. Sólo el sabe que bajo el colchón había unos cuantos paquetes de droga y una abultada cantidad de dinero. Cuando "El Abuelito" (Manuel Alexandre), el compañero de Mario, entra a comunicarle la noticia, sobre el camastro ya sólo está la droga. Y es que Mario, hombre recto donde los haya, hijo de un comisario fallecido en acto de servicio y atormentado por la muerte de un compañero cuando iban a detener al jefe de la banda (Alberto Dalbés), ha conocido durante la investigación a Elsa (Françoise Brion), propietaria de una casa de modas, mujer refinada de gustos caros, cuyo ritmo de vida no puede seguir con su modesto estipendio como policía. Y así, lo que ha comenzado como un policial procedimental al uso, pega un volantazo en plena marcha que no extrañaría en la cinematografía francesa o estadounidense, pero que supone una auténtica novedad en el género criminal español de estos años, harto proclive a la glorificación de las fuerzas de seguridad. Y si así no fuera, ahí estaba el aparato censorial para controlar cualquier desmán. Queda el entuerto mitigado por un final aleccionador y en ello se cifra probablemente el que la película consiguiera realizarse y estrenarse a pesar de que Mario, para satisfacer las demandas de Elsa, comete un atraco a un banco y, en el curso de la acción mata -bien que involuntariamente- al director de la agencia (José María Caffarel). Además, el subdirector (Manuel González Díaz) lo reconoce cuando es convocado para realizar la investigación, pero se guarda la información a fin de chantajearle. El ambiente se enturbia aún más cuando descubrimos que el traficante al que persigue desde un principio Mario está escondido en el sótano de la casa de Elsa y, aunque el diálogo se encargue de aclarar que se trata de su hermano, todo nos invita a pensar en un trueque similar al que la censura española organizó a costa del doblaje de Mogambo (John Ford, 1953).