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Un príncipe se enamora de la mujer que ha posado para la creación de una escultura que causa escándalo entre las gentes bienpensantes.
GÉNERO: Drama
La noche del sábado (Rafael Gil, 1950)
María Félix encarna a una muchacha italiana que ayuda a la economía familiar bailando en el local que regenta su padre (Manuel Kayser). Cuando las cosas se ponen feas el padre envía a su hija directamente a que traiga un jornal a casa “haciendo la calle”. De alguno de estos encuentros casuales nació una niña llamada Donina que poco importa a la ambiciosa joven.
Quiere la casualidad que esa noche se encuentre con un artista (José María Seoane) que, además de enamorarse perdidamente de ella, esculpe una bellísima escultura de la que se encapricha su amigo, el príncipe Florencio (Manuel Fábregas). Imperia, que así ha decidido llamarse la muchacha, tomando el nombre de la estatua, escala rápidamente puestos en la corte de Preslavia. El príncipe Miguel (Rafael Durán), hombre recto, ajeno a las intrigas palaciegas, también se prenda de ella. E Imperia va y viene de uno a otro hasta dar en Montecarlo, veinte años después, con el Cirque Jacob.
Las leyes del melodrama son inexorables. En este circo trabaja su hija Donina (María Rosa Salgado), convertida ya en mujer. Al principio Imperia se siente atraída por algo inexplicable: el baile de la chica le recuerda su tierra y su juventud. No tarda en descubrir la auténtica identidad de Donina y en sentir un repentino amor materno que dará sentido a su dilapidada existencia.
“¡Aquí muere hasta el apuntador!”, se decía antes cuando la cosa se liaba y sólo había manera de desliarla a base de mandobles, venenos y otras lindezas. Pues La noche del sábado termina más o menos así. Tampoco queremos destripársela así que regresamos a las escenas del circo donde se fragua la tragedia.