O milionário (1962)

O milionário (Perdigão Queiroga, 1962)

Tómese un poquito de solidaridad al modo capriano, un protagonista sin oficio ni beneficio con detalles de caracterización del peladito de Cantinflas y el vagabundo de Chaplin, y unas gotitas de sátira con slapstick al estilo de Jacques Tati, agítese bien y sírvase en paisajes populares lisboetas para lograr el cóctel de baja graduación bautizado como O milionário.

La película de Perdigão Queiroga combina estos ingredientes en una fábula que plantea el contraste entre dos millonarios. El consejero de una importantísima empresa (Costa Ferreira) tiene todos los problemas de un hombre con varios millones en su cuenta bancaria: mantener su estatus, atender a los periodistas satisfacer los caprichos de su amante, Maria do Céu (Yola), y conseguir la patente de unos palillos que son los únicos que alivian su dolor de muelas. En cambio, "El Millonario" (Raúl Solnado) vive feliz sin un céntimo gracias al trueque de sus palillos por aquello que necesita, que es bien poco: la admiración de Carlitos (Carlos Fernando), un golfillo dedicado a la venta callejera de periódicos que aprende de él la filosofía del "dolce far niente", y la amistad de Celeste (Clara Rocha), una muchacha que vive de la venta de limones y ajos.

Primero los amigos de Carlitos y luego todos los vecinos de Alfama contribuyen a la fabricación de palillos para que la madre de Celeste pueda ir a un balneario, donde el consejero quiere pasar un fin de semana con Maria do Céu. Las cosas se complican cuando Celeste sea seducida por Mendonça (Rudolfo Neves), amante de la querida del consejero, y cuando éste pretenda fabricar los palillos de modo industrial. "El Millonario" proclama entonces que su libertad no está en venta. Pero, al salir en pos de Celeste, sufre un accidente con el carrito de pedales en el que vive y tiene su negocio.

La parábola, tan risueña como ternurista, finaliza con la perpetuación de un sistema que pretende la superación de la lucha de clases porque los millonarios en amigos siempre serán más felices que los millonarios con gordas cuentas bancarias.