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A finales del siglo XIX, en la colonia española de Filipinas, un destacamento español queda sitiado en el fuerte de Baler durante 337 días.
GÉNERO: Bélico,Drama
1898 Los últimos de Filipinas (Salvador Calvo, 2016)
La versión de la tragedia grotesca vivida por los resistentes de Baler en su empeño por defender un fortín asediado por el enemigo filipino cuando España ya había saldado sus colonias de ultramar en beneficio de Estados Unidos fue convertido en heroica gesta cinematográfica por Antonio Román en 1945. Como muy bien supo ver Santos Zunzunegui, la situación de los sitiados del 98 era una metáfora transparente de la que vivía España en aquel momento de aislamiento internacional, una vez derrotada Alemania. Era el momento de cerrar filas bajo el mando del ejército. La recompensa habría de ser la gloria, ya que no la victoria.
¿Qué sentido tiene hoy en día la revisión cinematográfica de aquellos hechos? Uno puede buscarse todas las coartadas ideológicas que quiera: el retrato de un grupo de hombres en una situación extrema, un antibelicismo bienintencionado, el sacrificio de una generación de jóvenes sin futuro... Lo que queda es el espectáculo. Esos planos aéreos que una y otra vez sobrevuelan la selva, el fortín bajo la lluvia, que van o vienen del mar sin orden ni concierto, sencillamente, para servir de cortinilla a la siguiente escena, resuelta mediante la más sencilla situación dramática: diálogos de a dos, estáticos, en los que cada cual dice lo que piensa y hemos de concluir que piensa lo que dice.
La anomalía de 1898 Los últimos de Filipinas es puramente formal, no ideológica. La tensión entre un patriotismo de escaso calado y un numantinismo que sigue siendo, al parecer, consustancial a la idiosincrasia española, se plantea desde el guión como relato iniciático de un soldado (Álvaro Cervantes) con aspiraciones artísticas iniciado en el consumo de opio por el fraile que acompaña al destacamento (Karrra Elejalde). Su mirada, primero ingenua, progresivamente alucinada, finalmente desencantada, sería, en teoría, nuestra puerta de acceso al infierno del ordenancismo a ultranza representado por el teniente al mando del fortín (Luis Tosar).
Pero, la ficción histórica televisiva impone sus reglas -las del espectáculo- y el director se pliega a ellas renunciando a la complicidad con los motivos de sus personajes y, así, carente de focalización moral, este viaje al corazón de las tinieblas se convierte en puro envoltorio. Todo lo contrario que la gesta de cartón-piedra urdida por Román hace siete décadas -a la que la versión contemporánea no duda en citar por cuenta de la célebre habanera de Enrique Llovet y Jorge Halpern-, cuyo compromiso con lo narrado carecía de edulcorantes.