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Mercedes trabaja como fichera en el Salón México para poder pagar los estudios de su hermana Beatriz y todos los domingos acude a visitarla al exclusivo colegio de señoritas. Pero Paco, bailarín y proxeneta, no está dispuesto a que Mercedes abandone el Salón México.
GÉNERO: Drama,Música
Salón México (Emilio Fernández, 1948)
Del nacionalismo indigenista al cine de ficheras hay un salto que el "Indio" Fernández realiza sin red y de la mano de su cómplice Gabriel Figueroa.
Figueroa abandona los cielos cuajados de nubes y los paisajes desérticos heredados de la iconografía eisensteiniana y se lanza a fotografiar la atmósfera densa y viciada de los salones de baile, las escaleras laberínticas de las casas de vecindad suburbiales y los hoteles por horas. El modelo tiene insospechadas raíces expresionistas -esas simetrías languianas- y sabor a noir contemporáneo estadounidense.
A esta atmósfera insana en la que discurre la vida nocturna y cotidiana de Merceditas (Marga López) se contraponen los interiores y jardines amplios y luminosos del colegio donde su hermana Beatriz (Silvia Derbez) ignora los sacrificios que hace Mercedes para pagarle los estudios. Los domingos, ataviada con el traje de chaqueta que es su disfraz de Clark Kent femenina, recoge a su hermanita y la lleva a visitar el Museo Nacional, donde la tradición indígena que el "otro" cine del "Indio" Fernández contribuyó a ensalzar, se presenta como pieza arqueológica, huella indeleble del pasado eterno.
Pero todo este mundo importa bien poco. De hecho, cuando va ganando presencia argumental porque Beatriz se compromete con el hijo del dueño de la directora del colegio (Roberto Cañedo) -heroico teniente de aviación herido en la batalla de Okinawa y condecorado con la medalla del Congreso de los Estados Unidos- la película decae. Le falta, para vivir, el humo del tugurio y la promiscuidad del danzón.
Merceditas es la mujer caída y el "Indio" y Figueroa lo certifican con una toma literal. Pero no se conforman con eso. El melodrama de cabareteras que Salón México contribuye a definir-, exige que la mujer sea, además, arrastrada, vapuleada, humillada, pateada y encarcelada hasta que su inmolación sacrificial suponga una liberación. De arrastrarla por el lodo se encarga, rasgos mestizos y chulería de bailarín, el pachuco Rodolfo (Rodolfo Acosta), que se llevará también su merecido, aunque reaparecerá tres años después, fénix del proxenetismo cabareteril, en Víctimas del pecado, la sublimación del género por parte del mismo equipo, pero con la desaforada rumbera Ninón Sevilla encabezando el reparto.