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Un hombre casado que ha viajado a la capital por asuntos laborales acepta la invitación de un grupo de burgueses para divertirse esa noche juntos.
GÉNERO: Drama,Intriga
Juegos de sociedad (José Luis Merino, 1974)
En septiembre de 1970, Jesús Puente y Licia Calderón estrenan en el teatro Goya de Madrid Juegos de sociedad, de Juan José Alonso Millán. Los críticos resaltan entonces que se trata de un paso importante en la ambición del comediógrafo, cuya querencia por la comedia negra y el absurdo, heredada de Jardiel Poncela y Miguel Mihura, se ha ido atenuando a lo largo de la década de los sesenta para afianzarse en un humor de evasión un tanto inane. Al parecer, Juegos de sociedad se vio como un apunte satírico sobre la nueva burguesía al tiempo que conservaba esa cosa de obra bien construida, con sorpresas continuas para el espectador que no se contradecía con la lógica de los personajes. Para ello, situaba en el centro de la trama a un arribista que no sabe que lo es: un hombre en busca de ascenso social que se presta a servir de títere a un grupo de vividores a cambio de la promesa de sexo fácil y una recomendación para un puesto directivo. El Pascual interpretado por Jesús Puente -hay una versión televisiva de 1978 que respetaba tanto el texto como la mayor parte del elenco original- vive su tragedia grotesca a lo largo de una noche en la que es capaz de soportar cualquier humillación con tal de salirse con la suya. Hasta que toca fondo, claro.
La adaptación cinematográfica prescinde de la unidad de lugar y va trasladando la acción de cada acto a un nuevo decorado -un night club, un gimnasio, una boutique, un caserón en el campo- enlazados todos ellos por los viajes en deportivos y las paradas de avituallamiento. Pero el cambio fundamental es la elección de Manuel Summers como protagonista. La acción se pliega a su tipo, el del hombre maduro incapaz de madurar, el crío caprichoso en un cuerpo de adulto. Con traumas o sin ellos, ése es el personaje que se ja venido construyendo desde finales de la década de los sesenta y al que se pliega el relato cinematográfico. A consecuencia de ello, la consistencia psicológica —dramática— del personaje creado por Jesús Puente se resquebraja un tanto e importa más la exposición de los vicios de la "dolce vita" patria. nada menos que grifa, alcohol a raudales, lesbianismo, homosexualidad, enchufismo, enchulamientos, adulterios e infidelidades a tutiplén, sexo mercenario, chantajes varios... todo en el mismo saco y como si fuese una misma cosa. De este modo, la corrupción del protagonista no es más que la asunción de las corruptelas de los demás hasta sus últimas consecuencias. La supuesta comedia de (malas) costumbres con envoltorio de intriga —un poco al modo de Alfonso Paso en Los palomos— deriva, merced a la inclusión en el reparto de Loreta Tovar, Didi Sherman y la germano-italiana Eva Czemerys, en una comedia sexy con un inesperado sesgo de denuncia.