Mi marido y sus complejos (1969)

Mi marido y sus complejos (Luis M. Delgado, 1969)

Germán (José Luis López Vázquez) lleva una vida rutinaria y melómana con su mujer, Clara (Gracita Morales) y su suegra (Maricarmen Prendes), postrada en un silla de ruedas. En casa, sus únicas expansiones son el espiar con un catalejo a una vecina que se ducha cada noche cantando el "Porompompero" y magrearla en el ascensor cuando regresa de su trabajo diario en la tienda de instrumentos musicales que ha pertenecido a la familia de Clarita durante generaciones, Eso sí, algunas noches se disculpa con su mujer y su suegra diciendo que va a ensayar con un grupo de amigos. Entonces, se coloca una peluca yeyé, se embute en una casaca de Carnaby Street y se va con su amigo Antonio (Pastor Serrador), un publicista siempre rodeado de chicas guapas, a la "boite" más "in" de Madrid. Este míster Hyde se hace llamar "Yerman" y su doble vida se prodría haber prolongado indefinidamente si no fuera por que un tío de su mujer (Ángel Álvarez) les propone un intercambio internacional. Ellos acogerán en su casa a una chica danesa (Ingrid Garbo) y luego disfrutarán de unas merecidas vacaciones en Dinamarca. Pero la presencia de Ingrid en el hogar familiar y en los lugares de diversión que Germán frecuentaba lo pone todo patas arriba, tanto como para que la película abandone momentáneamente el tono cómico y se pretenda una reflexión transcendente sobre la perentoriedad de un cambio de mentalidad en la sociedad española. Porque Ingrid no solo revoluciona la libido del reprimido macho ibérico, sino la vieja consigna de "la mujer con la pata quebrada". El final, pretendidamente agridulce, no llega a calar lo suficiente.