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Un delincuente tiene un permiso carcelario de tres días: la policía le acecha.
GÉNERO: Policiaco
Tres días de libertad (José Antonio de la Loma, 1995)
Parecía que el filón de Perros callejeros se hubiera agotado con la precuela Yo, El Vaquilla (1985). Sin embargo, la boda de Juan José Moreno Cuenca en 1994 y sus planes de reinsertarse, son el detonante para que de La Loma, que a la sazón ha entrado ya en la setentena, vuelva por sus fueros. Tres días de libertad es la crónica de estas setenta y dos horas de permiso carcelario de las que disfruta Juan Ávila (Joan Bentallé), apodado "El Gato", y cuyos antecedentes biográficos son, como en el caso del Torete, los del propio Vaquilla. Para que no haya ninguna duda, la panorámica por los posters de pin-ups que adornan la celda del recluso, arranca con el cartel de Yo, El Vaquilla.
Conforme a su estrategia habitual de encajar la ficción en las coordenadas de lo verosímil, de la Loma hace que el subcomisario Laguna (Agustín Estadella), sea entrevistado por el periodista Luis del Olmo y exponga el punto de vista determinista, según el cual un delincuente encallecido, que ha pasado catorce años en prisión y ha protagonizado toda clase de fugas y motines, es incapaz de encontrar un sitio en la sociedad. Frente a esta opinión, la del inspector Martínez (José María Blanco), que defiende que no tiene delitos de sangre y que se le niegan beneficios penitenciarios cuando muchos etarras viven "como arzobispos". Sin embargo, su primera visita es para un abogado (Jordi Serrat), que quiere que cometa un atraco durante el permiso. Además, ha salido con Julia (María José Lavilla), la mujer que planea casarse con él, pero al llegar a casa de su madre (Carmen de Lirio), se siente inmediatamente atraído por Aurora (Tanya Celaya), la hija de un traficante gitano (Manuel Muntaner) establecido en Marsella.
La película se va dilatando de este modo, siguiendo los meandros de las baladronadas, las intrigas y los dobles juegos, amagando con un paso de la frontera espectacular y postergando la única escena imprescindible, la de la persecución automovilística... que nunca se producirá. En su lugar, la cinta propone, como catarsis, una venganza y la impunidad del protagonista. La indigencia de las interpretaciones y la torpeza del doblaje contribuyen a que la serie se cierre, ahora sí, sin pena ni gloria.