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Para evitar el escándalo de una investigación oficial, un policía decide encargar a un carterista internado en un psiquiátrico la investigación de la desaparición de una niña de un colegio de monjas.
GÉNERO: Comedia,Intriga
La cripta (Cayetano del Real, 1981)
Tras su debut con La verdad sobre el caso Savolta, fresco social de la Barcelona del pistolerismo patronal y el sindicalismo con hechuras de novela decimonónica, Eduardo Mendoza realizó sin demasiada premeditación un relato que era al tiempo pastiche de los seriales de misterio y retrato esperpéntico de la Barcelona postfranquista. El cordobés Cayetano del Real se enamora del asunto y, con el apoyo de Pepón Coromina -que por entonces ha emprendido una serie de coproducciones más o menos oficiosas con México, pone en marcha el proyecto. Un proyecto cuyo eje es el actor José Sacristán. Alrededor de su interpreteación del carterista lucidísimo recluido en un psiquiátrico, adicto a la pepsicola y querencioso de una higiene y una libertad que la sociedad y el destino pàrecen negarle sistemáticamente, giran los demás personajes -con escasa chicha, todo hay que decirlo- y unas situaciones desquiciados que se acumulan sin demasiada progresión. A medio camino entre la picaresca y el folletín, la historia arraca cuando un comisario de policía (Carlos Lucena) decide encomendar al tipo al que ha encerrado en el manicomio la desaparición de una chica del colegio de las madres lazaristas de San Gervasio. Hace cinco o seis años despareció otra niña en parecidas circunstancias, que ahora está a punto de casarse (Assumpta Serna). Tirando del hilo y a través de las situaciones más disparatadas que darse puedan, el investigador amateur entra en contacto con Mercedes Negrer (Blanca Guerra), la mejor amiga de Isabel, que es la única que le puede ayudar a desentrañar el sórdido misterio que se esconde en la cripta del colegio.
La presencia de los mexicanos Blanca Guerra y Tito Junco en el reparto provoca que sus partes sean dobladas en abierto choque con el registro directo de los diálogos de otros personajes. Una mezcla mal resuelta contriubuye a echar por tierra la pretensión de verosimilitud que pretende proporcionar a la tcinta un sonido directo que entonces no era demasiado habitual en España. La discordancia se prolonga con una iluminación y una planficación que tampoco apoyan el carácter esperpéntico que destila la interpretación de Sacristán y que hubiera servido mejor a una premisa que rehúye cualquier atisbo de realismo.