Perros callejeros (1977)

Perros callejeros (José Antonio de la Loma, 1977)

Si nos atenemos a la declaración de intenciones proclamada por José Antronio de la Loma en la cartela inicial de Perros callejeros, nos encontraríamos casi ante una película pasoliniana, en la que lingüistica, sociología y política fueran de la mano: "Algunos de sus protagonistas fueron también autores de los hechos que representan, hablan su propia jerga y en sus propias voces". En cambio, si atendemos a la voz en off, que sigue de inmediato a la cartela, diríamos estar viendo una de las producciones moralizadoras de Iquino de los años cincuenta. El barrio del Campo de la Bota barcelonés no es el problema: todas las ciudades del mundo tienen estas bolsas de migación interna que nutren las filas de la delincuencia juvenil: "Todos somos culpables y a todos nos toca hacer algo. Lavantando el brazo de la justicia, desde luego, pero sin olvidar la caridad, las posibilidades de redención de esos muchachos".

Por suerte, esto es sólo el pórtico. Lo que sigue es una película de acción sin complejos protagonizada por unos adolecentes con un desparpajo desarmante. La cinta arranca en serio con el robo de un Seat 124, varios tirones y una espectacular persecución automovilística coreografiada por Rémy Julienne. El hallazgo de unos dólares en uno de los bolsos pone al Torete (Ángel Fernández Franco) en contacto con El Esquinao (Frank Braña), un receptador cuyo hijo actúa como confidente de la policía, sobre todo cuando ve que El Torete ronda a su novia Isabel (Nadia Wildell). El resultado es el ingreso del chico por primera vez en un correccional con el pomposos nombre de Escuela Profesional del Tribunal Tutelar de Menores. La institución está dirigida por el padre Igancio (Javier Elorriaga), un cura comprometido con la formación de los adolescentes. Pero El Torete, El Pijo (Miguel Hugal Cuenta), El Corneta (Jesús Miguel Martínez) y El Fitipaldi (César Sánchez) prosiguen imparables: robos a bares, asaltos a parejas en Montjuic, tirones, atracos a bancos, tiroteos, detenciones, brutalidad policial, fugas del reformatorio... Y siempre, la presecución en coche: “¡Dale caña, Torete, que nos persiguen!”.