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Tres chicas se conocen en la Escuela de Enfermería.
GÉNERO: Comedia,Drama
Escuela de enferneras (Amando de Ossorio, 1965)
Tras la arriesgada operación de su película de debut, La bandera negra (1956), y su dedicación al fantaterror en la década de los setenta, Amando de Ossorio realiza su travesía del desierto durante la década intermedia, alternando cortometrajes institucionales, westerns mediterráneos y algún título fuera de tiempo, como Escuela de enfermeras. Concebida como una de aquellas películas que Pedro Masó facturaba para promocionar cuanto proyecto o institución promoviera el Régimen, desde su misma cacioncilla inicial –un himno de las enfermeras que suponemos apócrifo porque contiene lindezas como “Somos mucahachas de blanco vestidas, / orgullosas de nuestra profesión / porque queremos luchar decididas / militando en la blanca legión”-, la cinta de Ossorio remite a películas de una década atrás como Muchachas de azul (Pedro Lazaga, 1957) o Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958). Como en aquéllas, un grupo de jóvenes ingresarán en el mundo del trabajo o en un empeño común y terminarán encontrando el amor y casándose, que es la única aspiración que debe tener una buena chica. Un “mensaje” un tanto ajado en 1967, cuando la película llega por fin a las pantallas, al que se pretende dar una pátina de modernidad con la intervención de Los Pekenikes.
Lucía (Paloma Valdés), la niña rica y caprichosa enamorada de un médico que les va a dar clase (Carlos Larrañaga); Cristina (Carlota Avendaño), la hija del conserje, de Alberto (Manolo Zarzo), un mecánico que se hace pasar por ingeniero de minas, mientras la persigue un estudiante de Medicina apasionado de los coches antiguos; y Gloria (María Granada), de un veleta que tan pronto ha decidido labrarse un futuro en Estados Unidos como en Flipinas, son las tres protagonistas, siempre bajo la tutela de la madre superiora (Margot Cottens), que dirige la escuela. Entre aventuras sentimentales, una intriga policiaca urdida in extremis para insuflar algo de vida al tercer acto y que propicia una intervención de urgencia en la que las protagonistas demuestran su diligencia, buen hacer, mejor corazón y la valía de las enseñanzas recibidas, discurre esta comedia sin aristas, absolutamente blanca, casi, casi como un baño de almíbar tibio.