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En una noche tempestuosa se refugian en la posada de un pueblo un rico traficante y su nieta Ángela, niña de corta edad. El posadero, Simón, asesina y roba al traficante, y para evitar que sospechen de él adopta a la pequeña huerfana y acusa del crimen a Beltrán, mozo del pueblo, que aquella madrugada marchó a América en busca de fortuna. Pasados veinte años la niña es ya una mujer y Beltrán regresa riquísimo..
GÉNERO: Drama,Zarzuela
La tempestad (Javier de Rivera, 1944)
Y luego hay películas rematadamente malas, insalvables, mostrencas. Como si todo lo que pudiera haber ido mal hubiera salido peor. La tempestad es una de ellas.
La cinta sigue fielmente el argumento de la zarzuela grande homónima, debida a la pluma de Miguel Ramos Carrión y a la inspiración musical de Ruperto Chapí. La época, principios del siglo XIX. La acción se traslada, eso sí, de Bretaña a Galicia. A la fonda de Simón (Manuel Alcón) llega en una noche de tormenta un tratante con una gran cantidad de dinero y acompañado por su nietita. Claudio Beltrán (Rufino Inglés), joven ambicioso, está a punto de embarcarse hacia América. Al día siguiente, cuando el anciano aparezca con la navaja de Beltrán clavada en su pecho todo el mundo da por hecho que ha sido el responsable del asesinato y que ha escapado a América. Pasan veinte años. Ángela (María Luisa Gerona), criada por Simón, se ha ennoviado con el noble Roberto (Fred Galiana), quien salva a Beltrán de un naufragio en la costa en otra noche de tormenta, como aquélla de aciago recuerdo. Desde entonces, Beltrán, cuya identidad ignora todo el mundo en el pueblo, prohija a la pareja en contra de la voluntad de Simón, que piensa que Roberto no quiere otra cosa que hacerse con su fortuna. Cuando los jóvenes están a punto de casarse, Beltrán descubre su identidad y Simón corre a delatarle al juez. Durante una nueva noche de tempestad Simón terminará confesando qué fue lo que sucedió realmente la noche del crimen.
La narración del argumento no es capaz de transmitir la burda teatralidad de las interpretaciones y de unos maquillajes concbidos para el escenario y no para la cámara, la redundancia de unos diálogos que continuamente proporcionan información ya sabida, la incoherencia en el comportamiento de todos los personajes, la torpeza del guión, la desatención a las más elementales reglas de la gramática cinematográfica... Apenas la ambientación en paisajes pontevedreses supone un alivio momentáneo para el sufrido espectador, que al abandonar la sala valora mucho más otras películas españolas contemporáneas juzgadas con severidad por mínimas carencias antes de haber asistido a la proyección de La tempestad.