índice del sitio
Inicio | Películas contadas | Perfiles | Canon | Blog | Sobre DQVlapeli | Contacto | Política de la comunidad | Aviso legal© 2024 Dequevalapeli.com
Unos contrabandistas secuestran al hijo del director de una prisión y lo educan en la delincuencia y el pedigüeñismo a costa de su portentosa voz, acompañado por otro crío de su misma edad que toca el acordeón.
GÉNERO: Infancia,Intriga,Música
Los dos golfillos (Antonio del Amo, 1960)
Las leyes no escritas del melodrama pueden ser de una crueldad extrema. Como en la tragedia, los hados pueden conjurarse para golpear una y otra vez al más inocente. La diferencia es que en la tragedia la víctima del infortunio es el héroe con el que los dioses no tienen clemencia y en el melodrama es el espectador, al que los guionistas asaetean con desgracias sin cuento. En este caso, el responsable se llama Emilio Canda y fue un periodista gallego -paisano por tanto del productor Cesáreo González- que escribió tres cintas para el cantante infantil Joselito en el breve plazo de dos años.
En Los dos golfillos el prólogo se sitúa a principios de los años cincuenta, en la Barcelona del maquis urbano. Fermín Díaz-Casado es un anarquista -aunque nunca se menciona su adscripción política o sindical- cuyo hermano ha sido condenado a muerte por delitos de terrorismo. El espectador atento puede trazar algún paralelismo con los hermanos Josep y Quico Sabaté. Para chantajear al director de la prisión, secuestra a su hijo de tres años en Montjuich. Pero, cual nuevo Guzmán el Bueno, el hombre renuncia a vástago porque su deber de funcionario es lo primero. Por suerte, uno de los cómplices (José Marco) se arrepiente y salva al crío de una muerte cierta, a costa de quedar malherido y de que un desaprensivo contrabandista (Antonio Prieto) se apodere del niño y lo críe junto con otro arrapiezo (Pablito Alonso) para que mendiguen cantando y tocando el acordeón. Ocho años más tarde, esto es lo que hacen Joselito y Ramón, arrostrando hambre y miseria debido a la explotación a la que los somete el contrabandista.
Éste coincide con otros dos tipos regresados de Francia y que, al parecer, han trocado sin la más mínima traba los atracos y atentados de raíz política por la delincuencia de la más baja ralea, como asaltar la torre de una ancianita (Porfiria Sanchiz) a la que los chavales hambrientos han caído en gracia. La casualidad -ese destino vestido de diario- quiere que, justo enfrente viva el salvador del niño, ahora felizmente casado con la hermana (Luz Márquez) de la mujer (Maria Piazzai) que cree muerto a su hijo. Una serie de cambalaches de niños y dinero, de renuncias y arrepentimientos, de reencuentros y anagnórisis, situarán a los dos amigos en el lugar que merecen después de que la vida se haya ensañado con ellos. ¿Por qué entonces debe pagar con su vida el pequeño enfermo, maltratado y relegado por una mujer al que su intuición de madre le dice que aquél no es su hijo por más que las pruebas parezcan concluyentes? ¿Qué falta ignota debe pagar Joselito para que su felicidad no pueda ser compartida con su compañerito? En el último plano, el alma abandona el cuerpo torturado y sale por la ventana a un atardecer ominoso. La catarsis que propugnaba Aristóteles resulta imposible porque la arbitrariedad de esta muerte resulta absurda desde el punto de vista dramático. El melodrama ha roto amarras con sus propias reglas.