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Una joven con aspiraciones artísticas escapa de su casa con un cantante lírico cuya compañía ha recalado en la ciudad.
GÉNERO: Drama,Música,Zarzuela
La danza del corazón (Raúl Alfonso, 1951)
La compañía lírica del barítono Joaquín Solares (Manuel Monroy) llega a Gerona, donde Jaime Miravall (Paco Martínez Soria), crítico del periódico local, le ha dedicado toda clase de ditirambos. Elena (Isabel de Castro) quiere dedicarse también a la zarzuela y busca la intimidad de Solares, que pronto se transforma en amor. Ante el desprecio del padre de ella (Barta Barri) por los cómicos, el barítono decide abandonar la ciudad. Elena se presenta en la estación, dispuesta a seguirle, a pesar de que don Pablo no ha dado su consentimiento. Pero en las frías tierras de Ávila, las cosas se tuercen. Elena está resfriada y sufre su primer pateo. La tiple y el tenor cómico (Tita Gracia y Tony Leblanc) intentan mantener en alto su moral. Ella hace un esfuerzo para sobreponerse y el éxito le cuesta la salud. La pareja está dispuesta a hacer cumplir con las condiciones de don Pablo, casarse y retirarse de los escenarios. Pero en una visita a Barcelona para atender a los negocios de su sueldo, Joaquín conoce a Alejandrina (Mercedes Mozart) y decide regresar a los escenarios. Elena le sigue entonces a Madrid en un papel subsiadiario, como corresponde a la mujer en el franquismo.
Sobre este armazón melodramático se van entreverando los números musicales intrepretados en el escenarios, porque La danza del corazón es una de las varias "antologías de la zarzuela" que se facturan en estos años, más modesta en cualquier caso que las dos de Rafael Gil: Teatro Apolo (1950) y De Madrid al cielo (1952). Los fragmentos de Las estrellas -que Iquino adaptaría más adelante con Tony Leblanc nuevamente en el papel principal-, Bohemios, Maruxa o El asombro de Damasco se suceden sin solución de continuidad y sin que los números elegidos hagan avanzar la acción principal lo más mínimo. Además, las aspiraciones cultistas de la cinta, llevan a Iquino a incluir un ballet compuesto por Augusto Algueró hijo, que de este modo recibe la alternativa de su padre.
Bastante más interesante resulta el trabajo fotográfico de Pablo Ripoll, muy en la línea inaugurada con Iquino en Brigada Criminal (1950), con abundancia de exteriores naturales y un trabajo cámara al hombro bastante inhabitual en el cine español de la época. De este modo, la película ofrece un estimulante contrapunto documental -Gerona, Ávila, Barcelona, Madrid...- a la rutina de ensayos y representaciones teatrales a la que parecía abocada por su propia naturaleza.