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El hijo de un hombre viudo que ha vuelto a casarse hace dudar a la nueva esposa de su estabilidad mental.
GÉNERO: Infancia,Terror
Diabólica malicia / Night Child / La tua presenza nuda (James Kelley / Andrea Bianchi, 1972)
La multiplicidad de títulos delata el origen multinacional de esta coproducción. Todavía quedarían por consignar el internacional, What the Peep Saw, y los alemanes, Der Zeuge hinter der Wand / Diabolisch. Esta bicefalia también se aprecia en la dirección, con la atribución de las copias anglosajonas a James Kelley y la de la italiana, al menos, a Andrea Bianchi con su propio nombre o con su habitual alias de Andrew White. Bianchi trabajó también en esa etapa en España en Belleza negra / Black Beauty (James Hill, 1971); ambas son las primeras incursiones de Andrés Vicente Gómez en la producción, con la marca Eguiluz Films. No resulta menos peliagudo el asunto de las versiones, con doblaje asegurado en cada uno de los idiomas de los cuatro países implicados en la producción. En España, Selica Torcal puso voz Britt Ekland, Juan Logar a Hardy Kruger y Delia Luna a Lilli Palmer. Conchita Montes se dobla a sí misma y, acaso por ser una de las pocas actrices nacionales que podían actuar con cierta soltura en inglés, se justifique su presencia en el reparto. Su papel es episódico y se reduce a tres escenas en las que comparte encuadre con Britt Ekland.
Aunque el guión se supone que es un original del televisivo Robert Preston, su germen está en Otra vuelta de tuerca de Henry James y en una serie de películas coetáneas de corte fantástico que utilizan a la infancia como elemento perturbador, como The Nightcomers (Los últimos juegos prohibidos, Michael Winner, 1971) o The Other (El otro, Robert Mulligan, 1972). Es en este marco y en las múltiples refracciones que provoca Repulsion (Repulsión, Roman Polanski, 1965) que cabe ubicar esta historia de un preadolescente perverso (Mark Lester) o de su madrastra perturbada (Britt Ekland). El libreto juega con esta ambigüedad y habría resultado mucho más sólida si hubiera mantenido la coherencia en los puntos de vista porque, en ocasiones, el rigor se sacrifica al efecto.