Manderley (1981)

Manderley (Jesús Garay, 1981)

Manderley se postula como un tiempo para la reflexión sobre la propia identidad. Un impasse durante un lluvioso verano cántabo en el que Paula (Quique Rada) se prepara mentalmente para la operación de cambio de sexo que ha de convertirla en una mujer completa. Para pasar esos días convoca en su casa a Olmo (José Ocaña) y a Juan (Joan Ferrer), que viajan desde Barcelona, dejando atrás sus propios problemas, para compartir ese periodo con Paula.

Ficción episódica en virtud de un rodaje en cierta medida improvisado, a tenor de los vaivenes climatológicos y de las ocurrencias de sus intérpretes -sobre todo en el caso del torrencial Ocaña-, Manderley convoca desde su mismo título al fantasma de la Rebeca de Hitchcock. El cine, por tanto, es metáfora sobre lo ilusiorio de lo que vemos y sobre el paso del tiempo. Garay subraya este efecto simbólico cuando sitúa a sus tres protagonistas frente a un "espejo mágico" en la escena en la que Paula les comunica a sus amigos sus intenciones.

Frente al camino de baldosas amarillas que debía recorrer la protagonista de Shirley Temple Story (Antoni Padrós, 1976) -película con la que ésta de Jesús Garay guarda algunas similitudes más subterráneas que superficiales-, el espacio cerrado de la casa y el espacio abierto de la playa, casi como únicos decorados en el que los tres protagonistas discurren sobre la vida y el sexo. En el caso de Paula, con alusiones a la mitología; en el de Ocaña, con un amplio abanico de intereses personales que van del arte religioso a las esencias raciales, pasando por una reivindicación de la pedofilia que hoy en día le valdría la crucifixión.

Sólo en la última escena aparece el tema de la locura, a cuya luz, se supone habría que volver a releer toda la película.