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Influenciado por la lectura de novelas de intriga, un niño planea el asesinato del usurero que hace la vida imposible a su madre.
GÉNERO: Infancia,Intriga
Yo maté (José María Forn, 1957)
La lección moralista de Yo maté se ciñe a lo que parece una preocupación de la época: la nefasta influencia que las lecturas de tebeos y novelas de crímenes pueda tener sobre las mentes poco formadas de los tiernos infantes.
Jorge (Pepito Moratalla) vive inmerso en un mundo de sirenas de policía, tableteo de ametralladoras y chirridos de neumáticos… un universo acústico al que le conduce la lectura de las novelitas de la apócrifa “Coleccón Huella”. Como en un cuento de hadas, su madre (Nora Samsó) le envía con unos pasteles recién hechos al caserón en el que habita el usurero don Matías (Emilio Fábregas), cuyos apremios los ahogan en tanto no cobren la pensión de viudedad, pendiente de inacabables trámites administrativos. Don Matías se convierte así en abuelita y lobo feroz en una misma persona. El hijo del farmacéutico será su aliado para suministrarle una dosis letal de Veronal. Para escapar de la escena del crimen, Jorge huye a Barcelona, en cuyo puerto se encuentra con el pintoresco Capitán Cinco Duros (Eugenio Testa), un tipo que afirma que el robo no es un delito, sino un deporte. Suerte de Fagin de la Barceloneta, el viejo pone en evidencia el carácter dickensiano del relato. Si uno obvia la sobredosis de moralina —tan estupefaciente como la de Veronal suministrada a don Matías— la película resulta satisfactoria desde el punto de vista del suspense y en la descripción de los ambientes del subempleo infantil.
Manuel Gas hace una de sus sempiternas encarnaciones de una autoridad bonachona y comprensiva, para la ocasión, con tricornio, partidario de meter en la cárcel a los padres que no se preocupan de las novelas que leen sus hijos y las películas que ven.