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Al reporter Raimundo y a su chófer, Gregorio, les deja tirados el coche ante un misterioso caserón deshabitado en el que se escuchan gritos de mujer y en el que dicen que hay fantasmas. El intrépido Raimundo esta decidido a resolver el misterio.
Los habitantes de la casa deshabitada (Gonzalo Delgrás, 1946)
Enrique Jardiel Poncela había estrenado la comedia “en un prólogo y dos actos” en el Teatro de la Comedia en septiembre de 1942 y, debido a la cantidad de recursos escénicos que incorpora, son varios los recensionistas que señalan que “puede ser el guión escénico de una película”.
La trama envuelve, efectivamente, toda clase de trampillas en el suelo y las paredes, relojes de pared que se abren, cuadros que giran, esqueletos, hombres sin cabeza y un leve ramalazo lírico por cuenta de la supuesta locura de Sibila, antigua novia de Raimundo, un periodista que ha ido a parar con su chófer, Gregorio, al caserón donde ella permanece secuestrada. A través del personaje de la rústica Rodriga, Jardiel pone en solfa las convenciones del “gran guiñol” y de las comedias con fantasmas.
Sin embargo, lo que en el escenario puede resultar sorprendente, en la pantalla no deja de ser un remedo de las películas de caserones encantados derivadas de The Cat and the Canary (El legado tenebroso, Paul Leni, 1927). José Santugini había cultivado ya el género en España como director –Una mujer en peligro (1936)- y como guionista –Viaje sin destino (Rafael Gil, 1942)-.
Gonzalo Delgrás y Margarita Robles trasladan la acción sin apenas variaciones. Su principal aportación es un narrador autoconsciente al que pone voz Gerardo Esteban, presentado en los títulos de crédito como “La Voz del Caballero en Off”. Este recurso, permite avanzar en algún momento la acción o sustituir un largo parlamento. El narrador hace entonces acto de presencia avisando a los espectadores que no tiene más remedio que comparecer para explicar lo que sucede, porque “es un recurso mucho más fácil y más moderno que hacerlo con las imágenes”. Delgrás entra en abierta contradicción cuando, unos minutos antes, cuenta en forma de flashback los antecedentes de la relación entre Raimundo (Jorge Greiner) y Sibila (María Dolores Pradera), que pasan por la imaginación de Raimundo “reflejándose en ella como cinta cinematográfica en lienzo de plata la sucesión de sus amores desgraciados”.
La otra aportación del guión es la leve variación en el protagonismo que se concede al chófer -un Fernán-Gómez que aún no había hecho Botón de ancla (Ramón Torrado, 1948) ni Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1951), o sea, que permanecía prácticamente inédito para el público cinematográfico- en detrimento de Raimundo, el clásico héroe jardielesco, protagonista de la comedia. De este modo, el “gracioso” invierte su posición periférica con respecto al galán, lo que habla a las claras de las intenciones explícitamente cómicas de la adaptación.