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Catalina de Erauso huye del convento en el que la ha recluido su tía haciéndose pasar por hombre.
GÉNERO: Aventuras ,Biografía,Historia
La monja alférez (Emilio Gómez Muriel, 1944)
Se ha dado en llamar a las cintas encuadradas dentro del género histórico, "películas de trajes". Nunca más cierto que en esta versión de la vida de la "monja alférez" Catalina de Erauso producida por Clasa Films Mundiales a mayor gloria de María Félix.
Poco importa que los hechos históricos se tergiversen hasta lo inverosímil y que en este birlibirloque participen dos ilustres exiliados españoles -Max Aub y Eduardo Ugarte- como principales artífices literarios. Lo que importa es que María Félix lleva calzas y botas hasta la rodilla, jubón que disimula el busto tanto como lo realza, y tira de espada a la mínima ofensa. Así la educó su padre de niña en el Virreinato del Perú y así se enamoró de ella el mozalbete Juan de Aguirre. A él (José Cibrián) recurrirá Catalina cuando quiera escapar del convento en el que la ha recluido su tía (Fanny Schiller), a fin de quedarse con la herencia y casar a la pavisosa de su hija Beatriz (Esther Luquín) con el apuesto y acaudalado don Juan. Es el preámbulo de aventuras galantes, militares y otras pendencias que han conducido a Catalina, bajo la identidad del soldado de fortuna Alonso de Guzmán, a la cárcel, donde espera la hora de subir al cadalso.
La última noche desgrana su historia al cura que acude a ofrecerle el perdón divino, ya que no obtiene el de los hombres. La historia de la vindicación de sus legítimos derechos incluye también un naufragio y el encuentro con un matachín llamado Roger (Ángel Garasa) contratado para asesinarla pero enrolado al servicio del quimérico Alonso de Guzmán. Roger y don Juan, que aún no ha advertido que su camarada Alonso no es otro que la mujer a la que prometió de niña amor perdurable, rescatan a Catalina de las garras del verdugo. Para escapar de la ciudad de Trujillo, don Juan viste hábito religioso, Roger se traviste de dueña y Catalina de Alonso disfrazado de Catalina.
En los duelos a espada y en las escenas de maquetas la película naufraga lamentablemente, pero en estos alardes juguetones la cinta levanta inesperadamente el vuelo, siempre que se acepte su condición inverosímil, resaltado por la estatura estelar de la Doña y por el juego interpretativo de Ángel Garasa, otro español exiliado, que se encuentra en su salsa en el papel de pícaro.