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Martín y Antoine llegan a Barcelona procedentes de Francia para perpetrar unos atracos. Tras el asalto a un garaje, Román y Picas se unen a ellos.
GÉNERO: Policiaco
A tiro limpio (Francisco Pérez-Dolz, 1963)
Economía narrativa de serie B, hallazgos visuales y una calculada ambigüedad moral hacen de A tiro limpio una película modernísima y la alejan completamente de los policíacos siempre moralizantes de Iquino, pero también de Los atracadores, donde Pérez-Dolz había realizado funciones de ayudante de dirección. Precisamente una de las escenas emblemáticas de aquélla se repite en ésta: el asalto al meublé. Pero mientras Rovira Beleta tienen buen cuidado en evitar dar la sensación de que aquello es una casa de citas, Pérez-Dolz lleva la situación hasta el final. Ventajas de la modestia presupuestaria.
Todavía hoy resulta un misterio que la Censura pasara por alto el hecho de que los protagonistas mantengan una relación homosexual -sólo sugerida, por supuesto-, el hecho de que sean anarquistas -con la coartada del “gamberrismo delictivo”-, los diálogos en catalán de las escenas en la casa del “Picas” y los actos de sadismo por parte de Martín (sensacional Luis Peña).
Vemos por primera vez a Martín y a su compañero Antoine (Joaquín Navales) cuando se dirigen a atracar a los clientes de un garaje. Vienen de Toulouse, como Silvestre en Senda torcida, lo que para el espectador avisado los identifica como activistas políticos. Acuden a un encuentro con Ramón (José Suárez) que debe hacerse cargo de conseguir armas para preparar un nuevo golpe. Para ello recurren al “Picas” (Carlos Otero) excarcelado tras ser detenido durante uno de los golpes del grupo. El asalto a un banco no funciona como estaba previsto y pone a la policía tras su pista. Martín propone entonces dos atracos simultáneos en dos puntos distantes de la ciudad: un meublé próximo al estadio del Barça y la oficina de apuestas mutuas con toda la recaudación de las quinielas. Los dos golpes en montaje alterno, una persecución por los túneles del metro para la que se construyó un modestísimo artilugio que es el antecedente de lo que hoy conocemos como steady-cam, el martilleo de los disparos en una villa abandonada, un enfrentamiento con la policía en una casa flotante del puerto...
A tiro limpio no da tregua. Típica producción de los hermanos Balcázar, el rodaje se mantuvo en unas apretadas cinco semanas, pero la potente realización se engarza en un argumento que ni evita ni subraya los momentos de nihilismo romántico.
Las sucesivas versiones del tratamiento y el guión se titularon “Los resentidos”, “Encuentro con la muerte” o “La senda roja”. Esta última propuesta venía avalada por el rastro de cadáveres que la película deja a lo largo de su metraje y porque está basado en las andanzas de los anarquistas Quico Sabaté y Facerías en la Barcelona de los años cincuenta. A los Balcázar no les gustaba ninguno de los tres, pero cuando se enteraron de que había una ensalada de tiros decidieron que A tiro limpio era el mejor título.
Se estrenó muy mal, en verano, en programa doble. Sólo la reseñaron en la prensa diaria Miquel Porter Moix y Joan Munsó. Su prestigio crítico proviene de que José Luis Guarner la redescubriera en la Semana de Cine de Barcelona en 1984. Tuvo, incluso, un remake en los noventa, A tiro limpio (Jesús Mora, 1996) .