Santa (1931)

Por Dqvlapeli Blog - De qué va ... - 28/04/2019

Santa (Antonio Moreno, 1931)

Lupita Tovar y Antonio Moreno, que forman parte del star system del Hollywood hispano en el momento en que se implanta el sonoro y aquéllo se convierte en un plantel de multiversiones idiomáticas, se ponen al frente del primer largometraje con sonido sincronizado rodado en México. El veterano Antonio Moreno dirige con modos aún propios del cine mudo, confiando la narración al gesto del actor y a la elocuencia de decorados y localizaciones naturales más que a la palabra, pero deposita buena parte del contenido melodramático de la cinta en las canciones de Agustín Lara, lo que probablemente contribuyera no poco al éxito del empeño. Coadyuvó también, sin duda, a éste, la presencia de Lupita Tovar al frente del reparto, a la que se ofrece la oportunidad de pasar de muchacha ingenua a mujer experimentada y deshauciada a lo largo de los ochenta minutos de metraje.

Santa inagura de este modo, para el cine sonoro, uno de los filones más fértiles del cine azteca: el de la mujer echada a la mala vida por culpa de las circunstancias. En esta ocasión, las circunstancias se llaman Mauricio (Donald Reed) y toman la efigie de un apuesto militar que seduce a la muchacha mientras está de guarnición en la que ella vive con su madre (rosita Arriaga) y sus hermanos. Al abandonarla, Santa es expulsada de su casa por estos. Vagando por la feria conoce a doña Elvira (Mimí Derba), que le propone ganarse la vida en su lupanar. Allí trabaja el pianista ciego Hipólito (Carlos Orellana), quien asiste impotente a la degradación de la muchacha. La oportunidad de abandonar el burdel llega cuando el torero español Jarameño (Juan José Martínez Casado) se encapricha de ella. Pero está escrito que Santa no pueda ser feliz: la muerte de su madre, el regreso de Marcelino y la desafección del torero suponen otros tantos peldaños de un martirologio en el que sólo contará con la compañía y el amor desinteresado del músico ciego.

La dicotomía pureza-corrupción y su correlato inmediato, campo-ciudad, se ven complementadas por otras tantas que atañen a las dualidades pobreza-lujo, exteriores luminosos-interiores lóbregos, música popular-música moderna, femineidad-hombría, indigenismo-españolidad... Moreno pone así todos los recursos que tiene a su disposición para apoyar el maniqueismo -en sentido literal, no peyorativo- de una historia cuyo público popular se presume que no entiende de sutilezas morales.