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La siesta (Jorge Grau, 1976)
El pueblo Medina de los Alcázares es un auténtico catálogo de represiones sexuales y parafilias, desde el voyeurismo de Jacinto (José Lifante), el director de la sucursal bancaria, a la pedofilia de don Félix (José Franco), el propietario de la mercería, de la pasión del infeliz Josele (Manuel Pereiro) por el cuerpo atlético de Rodri (Pedro Mari Sánchez) a los masajes que proporciona Pili (Marisa Porcel) a las mujeres que acuden a su consulta, desde la relaciones que el pastor mantiene con una de sus ovejas, a la impotencia de Luis (Vicente Parra), propietario de la serrería, que acaba de llegar al pueblo con su hermana Ana (Romy) para vender todas su propiedades.
Y luego está Calixto (Ovidi Montllor), el técnico de reparación de aparatos de telvisión, cuyos servicios están solicitadísimos a la hora de la siesta por todas las mujeres del pueblo, solteras o malcasadas, insatisfechas siempre. El otro modo de dar rienda suelta a sus frustraciones son unas meriendas que suelen acabar en ataques de risa histérica, como ocurría en La tía Tula (Miguel Picazo, 1964).
La película da un quiebro cuando Calixto parece tomar conciencia de su alienación. ¿Es la largamente postergada consumación de su amor por Natalia (María Jesús Sirvent), la mujer del banquero, lo que produce la epifanía? Imposiblle saberlo si nos atenemos al curso de la historia hasta entonces. Lo que sí está claro es que a partir del momento en que se niega a seguir cumpliendo su función utilitaria, los hombres del pueblo se toman la venganza con una violación colectiva que precipita la tragedia. Sin embargo, la intención esperpéntica del final queda capitidisminuida, si no invalidada, por una imposición autoral -"deus ex machina"- ajena al desarrollo dramático.