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Dos amigos llegan a Ibiza a pasar el verano y desmelenarse un poco en el año en que la Unión Soviética lanza al espacio el Sputnik.
GÉNERO: Drama
Los europeos (Víctor García León, 2020)
Miguel y Antonio (Raúl Arévalo y Juan Diego Botto) son dos estudiantes universitarios que viajan a Ibiza en el verano de 1957. El primero quiere descansar y el segundo divertirse, pero pronto el ambiente de desinhibición general propiciado por la presencia de extranjeros y (sobre todo) extranjeras con costumbres menos pacatas que las de los españoles invitan a sumarse a la fiesta. Antonio, más cínico, pica de flor en flor aunque asegura que terminará casándose con una muchacha decente, formando una familia y manteniendo a una amante. Miguel mantiene una fugaz relación con una chica de Valencia (Carolina Lapausa), pero bebe los vientos por la atractiva parisina Odette (Stéphane Caillard). Pero, ay, según el verano está tocando a su fin, Odette le cuenta a Miguel que cree que está embarazada. La libertad se ha convertido en un cepo. ¿Cómo eludirlo?
Rafael Azcona tuvo que publicar Los europeos -su última novela antes de abandonar la literatura por el cine- en París. El espinoso asunto del aborto que constituye la segunda parte del libro no podía abordarse en España ni en sueños. La aventura de los dos amigos -separados por una diferencia de clase mucho más acusada en la obra original que en su adaptación cinematográfica- se convertía así en una suerte de trasunto de la del propio humorista, más desencantado que nunca con sus congéneres, los seres humanos. La adaptación firmada por Bernardo Sánchez -el hombre que más sabe del guionista riojano- y Marta Libertad Castillo descarta el hosco humor azcónico y ahonda en el carácter melancólico del relato en una maniobra perfectamente legítima que busca, probablemente, el fallido carácter berlanguiano que tenía la anterior adaptación azconiana de Bernardo Sánchez: Los muertos no se tocan, nene (José Luis García Sánchez, 2011). El problema es que una relamida ambientación y una fotografía en tonos pastel almibara demasiado el envoltorio de la cinta, que con una propuesta visual más arriesgada hubiese ganado enteros. En cambio, dice mucho de la habilidad como director de García León que el error de reparto de presentar a dos actores ya cuarentones como personajes de veintipocos se vaya olvidando según avanza el metraje.