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La mujer de un juez de provincias entabla una relación con un adolescente, pero su vecino la descubre y empieza a chantajearla.
La mujer del juez (Francisco Lara Polop, 1984)
La mujer del juez es una película adelantada a su tiempo. Nada habrá desentonado tres o cuatro años después, cuando Paul Verhoeven pusiera de moda los thrillers eróticos. Sin embargo, sin modelo genérico al que acogerse, Lara Polop flirtea con el melodrama erótico a la italiana durante la primera mitad del metraje, cuando todo se reduce a narrar el aburrimiento de Paz (Norma Duval), recién llegada a Logroño, donde su marido (Manuel Tejada) acaba de ser nombrado juez. Ambos constituyen una perfecta pareja burguesa, sin descendencia y conformes en dejar pasar los mejores años de su vida dedicados a la ambición de que él obtenga plaza en el Tribunal Supremo en Madrid. Mientras asciende peldaño a peldaño en el escalafón, Paz se aburre. Es así como inicia una relación secreta con Alfredo (Micky Molina, un chico de diecisiete años que por las mañanas trabaja en la zapatería de sus padres. Sin embargo, a partir del ecuador la cosa vira hacia la intriga criminal al sucederse en este punto dos escenas de difícil encaje mutuo. En la primera, Marcial (Héctor Alterio), el propietario del chalé vecino al del juez, descubre a los amantes en la casa de campo donde celebran sus encuentos. En la segunda, inmediatamente yuxtapuesta, Paz llega a casa y se entera de que la mujer del vecino ha aparecido electrocutada en la bañera. Como ella ya ha presenciado con anterioridad escenas de maltrato, está convencida de que Marcial la ha asesinado. Sin embargo, las tornas se vuelven cuando el vecino declare ante el juez que se encontró con Paz en Vitoria a la hora en la que ocurrió la muerte. A partir de ahí, el chantaje sexual se va incrementando sin tregua. La escena emblemática de la cinta, reflejada en su póster, es aquélla en la que Marcial la llama por teléfono y le dice que se desnude para él ante la ventana, mientras la contempla con unos prismáticos desde su casa. El plano de él está elidido, pero en cambio se nos ofrece el punto de vista privilegiado del "voyeur" a través de los binoculares. Cuando la mujer está a punto de descubrir su pubis el montaje nos sitúa en el plano diametralmente opuesto, con la cámara a ras de suelo en la habitación y la mujer de espaldas, con zapatos de tacón alto, terminando de quitarse las braguitas a contraluz.
El final se decanta en cambio por la intriga criminal. Rosa (Beatriz Elorrieta), la única amiga de Paz, se ha casado inesperadamente con Marcial y ahora es ella el objeto de maltrato. En una pirueta argumental un tanto inverosímil las dos amigas se alían contra su torturador y su avalista será el juez, interesado en que el asunto se olvide rápidamente.