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Un mago homosexual regresa a Granada, su ciudad natal, para ajustar cuentas con su pasado.
GÉNERO: Guerra Civil Española,Homosexualidad
A un dios desconocido (Jaime Chávarri, 1977)
A un dios desconocido destacó en su día por (re)presentar por primera vez la homosexualidad en el cine español. No la pulsión sexual sino su realización… en un casto beso, eso sí. Es también la segunda parte de un díptico sobre la memoria y las heridas de la Guerra que Chávarri y Querejeta habían abierto con El desencanto.
En la Granada de 1936 tres adolescentes se sienten atraídos por Federico García Lorca. Sus deseos se verán frustrados por la irrupción de la muerte y la Guerra Civil. La acción se traslada entonces al presente. Al Madrid de la Transición. José García se ha convertido con el paso de los años en “El Gran Claudio” (Héctor Alterio), mago. Mantiene una relación con Miguel (Xabier Elorriaga), un político de izquierdas cuya trayectoria podría verse comprometida si la cosa saliera a la luz. Por eso éste se deja ver en los lugares públicos con Clara (Rosa Valenti). José tiene una vecina viuda (María Rosa Salgado), dispuesta a casarse con él para que ambos se sirvan de apoyo en la vejez, pero el mago se siente atraído por el hijo adolescente de ella (Emilio Siegrist). O quizá sólo sea que reconoce en él su propia curiosidad de entonces.
A un dios desconocido es una cinta un tanto hermética, con algunas adherencias del cine metafórico por el que transitaba por entonces el cine del Saura y por el que circulará el del primer Gutiérrez Aragón, ambos en la órbita de Querejeta. El milagro de la resurrección de Ordet (La palabra, Carl T. Dreyer, 1955) durante una sesión de cineclub en la que se produce el primer encuentro en pantalla de Miguel y José remite a la utilización de Frankenstein (El doctor Frankenstein, James Whale, 1931) en otra producción de Querejeta: El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973). La condición de prestidigitador de José, su primer número —una bella durmiente hipnotizada que sólo despertará si la besa un caballero de corazón puro—, los trenes en miniatura que descarrilan... El protagonista quema puentes con el pasado, pero la asunción de su condición parece abocarlo a una soledad irremediable. Su relación secreta con la Oda a Walt Whitman de Lorca y el ritual de la soledad es escenificado ante Miguel como si se tratara de una representación. Una vez ajustadas las cuentas con el pasado, el presente no parece ofrecerle la más mínima alternativa. ¿Es no ya posible, sino deseable, una lectura en clave ideológica? Por ejemplo, ¿aparecerá añguna vez el hombre de corazón puero capaz de despertar a la bella durmiente libertad española después de cuarenta años de letargo?