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El enfrentamiento entre los estados del Norte y el Sur de Estados Unidos suponen un paréntesis en la colonización del Oeste.
GÉNERO: Western
Al oeste de Río Grande (José María Zabalza, 1983)
En 1865, finalizada la Guerra de Secesión, los combatientes derrotados del Sur se convierten en bandidos y los del Norte, en justicieros que no conocen otra ley que la de Lynch. Zabalza asume desde la pantalla el rol de testigo desencantado de un mundo que se hunde. Si en otras películas suyas se reservaba un cameo hitchcockiano, en esta ocasión ofrece la intepretación moral de un discurso fragmentado, debido a la precariedad de medios. Sin embargo, nada le detiene a la hora de enhebrar esa mínima historia —una mujer (Candice Kay) busca ayuda para liberar a su marido (Aldo Sambrell), que ha quedado atrapado por un madero a la orilla de la playa— en una duración casi estándar: unos setenta y cinco minutos. El primer tramo es un recosido de planos y secuencias a los que da continuidad el propio Zabalza erigiéndose en moralista y lanzando imprecaciones contra el egoísmo que campa por sus respetos en este “no territorio” constituido por localizaciones de raccord imposible —paisajes y construcciones del páramo castellano con un mirador a la orilla del mar. Los caballos corren hacia ninguna parte; un soldado que no sabe que ha acabado la guerra dispara indiscriminadamente contra quien se cruza en su camino, incluida una familia de indios (Dan Barry y Paula Farrell), que luego resucita, las olas rompen una y otra vez en la orilla, las nubes sirven de recurso de montaje sin que vengan a cuento. Pero el gran hallazgo de este western simbólico y apocalíptico es el filtro caleidoscópico colocado en el objetivo para ofrecernos una visión distorsionada del mundo, fruto de una psicodelia ácida probablemente inspirada por las melodías pop al sintetizador compuestas e interpretadas por la mujer de Zabalza, la argentina Ana Martha Satr, en arte Ana Satrova.