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Un inspector recibe el encargo de investigar una serie de asesinatos brutales en los que el asesino siempre deja una libelula.
Una libélula para cada muerto (León Klimovsky, 1974)
Entre la buena sociedad milanesa -industrales, arquitectos, historiadores, trepas...- hay más de uno merecedor del tratamiento que los antiguos caldeos propinaban a las prostitutas, los invertidos y viciosos en general: marcarlos con una libélula ensangrentada. Sin embargo, el asesino con un abrigo de alta costura de mujer que opera en la Milán en la que investiga el inspector Paolo Sacaparella (Paul Naschy) aplica el tratamiento a drogadictos, exhibicionistas y demás ralea a la que también aborrece el comisario. A lo mejor por eso mismo, le ha caído en suerte el caso.
"Giallo" de manual, con sus crímenes truculentos, su asesino misterioso, su profusión de sospechosos y su ambientación italiana, Klimovsky se aplica a un mimetismo de escaso calado creativo. Naschy se hace cargo del papel principal y del guión, en el que desliza algunas señas autorales, como la referencia al viejo rito caldeo, exhibiciones de brutalidad para con los exhibicionistas o una pelea con pandilleros nazis. Un guión lleno de agujeros lastra irremediablemente la intriga, así que la mayor sorpresa es encontrarse en el rodillo de salida que los diálogos los firma nada menos que Ricardo Muñoz Suay, por entonces ligado a Profilmes.