La Tirana (1958)

La Tirana (Juan de Orduña, 1958)

La Tirana lleva verios años rondando entre los proyectos de Juan de Orduña. Se trataba de llevar a la pantalla la iconografía goyesca con toda su magnificencia gracias a los nuevos procedimientos cromáticos. Sin embargo, Orduña sólo puede acceder a una producción de tamaña envergadura tras el éxito indiscutible de El último cuplé (1957). Es entonces cuando retoma el viejo argumento y a la actriz pensada inicialmente para intepretarla, la tonadillera Paquita Rico.

Encarna ésta a María del Rosario Fernández, actriz dramática de finales del XVIII, y coetánea, por tanto, de Goya (Virgilio Teixeira), de la Duquesa de Alba (Luz Márquez), del comediógrafo Leandro Fernández de Moratín (Mario Beut) y del torero Joaquín Costillares (José Moreno). Se mezclan con estos personajes otros de pura ficción que sustentan la trama sentimental que desarrolla la película, como el protector de la actriz, conde de Fornells (Pedro López Lagar), y su gran amor desdoblado en dos hermanos (Gustavo Rojo en un doble papel), Diego y el conde de San Esteban.

Es en este peregrinar de hombre en hombre, en la utilización de unos para darles celos a otros y en el trágico fin que su capricho pone a la mayoría de ellos, donde Orduña va construyendo la historia a expensas de los muchos agujeros que presenta el argumento desarrollado por Antonio Mas Guindal. Grandes escenas pasionales al gusto de la casa que alternan con un sinfín de números musicales interpretados por Paquita Rico inspirados en la música de la época. De tanto en tanto, aparecen las estampas goyescas, en su estudio, como tableaux vivants o, incluso, en un momntaje musical que congela las estampas de majeza aristocrática. Pero es en el taller del pintor, ante la belleza de “La maja desnuda”, que el pintor de Fuendetodos convence a La Tirana de que, para el artista, el amor y el dolor que de él deriva siempre sólo sirve a su arte. Sublimación por tanto del delirio amoroso tan caro a Orduña que en esta ocasión, sin embargo, no tendrá un final trágico, traicionando el propio desarrollo dramático de la película.

La otra contradicción flagrante, acaso dictada por la Censura o por el miedo del propio Orduña a llevar la historia hasta el final, está en la atracción homosexual evidente entre Virtudes (Nuria Espert) y la artista. La doncella hace todo lo posible por deshacerse de los amantes de su señora, pero cuando Costillares, burlado, está a punto de estrangularla, su pasión se desborda. Corre a socorrer a su señora, pero apenas le roza el hombro desnudo La Tirana la rechaza como sacudida por una descarga eléctrica. Luego, su personaje se ve obligado a declarar ante el conde de Fornells que ella también estaba enamorada del conde de San Esteban, pero todo contradice esta afirmación.

La última discordancia, ésta ya insalvable, es la de la fotografía de Cecilio Paniagua en Eastmancolor. Sirve a los suntuosos decorados de Sigfredo Burmann y a los no menos fastuosos figurines de Manuel Comba, pero apenas tiene nada que ver con la paleta goyesca.