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Un grupo de arqueólogos y aventureros excava en una gruta friega en busca de un tesoro enterrado, pero terminan devolviendo a la vida a un extraño ser procedente de ttiempos prehistóricos.
GÉNERO: Fantástico
El sonido de la muerte (José Antonio Nieves Conde, 1965)
El profesor André (Antonio Casas) y el arqueólogo Stavros (Francisco Piquer) buscan en una caverna griega un tesoro escondido durante la II Guerra Mundial. Los lugareños evitan el paraje, por haber sido en otro tiempo zona de enterramientos. Pero una de las explosiones provocadas para abrir el paso a las antiguas galerías hace que aparezcan dos huevos petrificados. Se llevan uno de ellos a casa, pero no advierten que atrás queda otro del que sale una extraña masa que al punto se vuelve invisible. André y Stavros poseen medio plano del tesoro. La otra mitad la traen Dorman (José Bódalo) y Asilov (James Philbrook). Han llegado hasta allí acompañados de Sofía (Ingrid Pitt), secretaria de Asilov, y de un chófer bastante desenvuelto llamado Pete (Arturo Fernández). Éste se siente inmediatamente atraído por la dulce sobrina del profesor André (Soledad Miranda). Sin embargo, primero Stavros y luego Calíope (Lola Gaos), la criada de la casa en la que todos conviven, son degollados a zarpazos por un ente misterioso. El ser prehistórico posee la capacidad de mimetizarse con su entorno hasta volverse invisible a los ojos de los hombres, de cuya sangre se alimenta. Cercados, los supervivientes intentarán deshacerse del monstruo y huir.
José Antonio Nieves Conde rueda de oficio y, a juzgar por la propia película, en un breve plazo y con un presupuesto modestísimo, este producto mimetizable con las cintas de Corman y con un ojo puesto en The Thing (El enigma de otro mundo, Chrstian Nyby y Howard Hawks, 1951). Si en la estadounidense estaba presente la fiebre anticomunista, aquí se hace patente la amenaza atómica como posible causa del fin de la humanidad. Está todo un poco traído por los pelos, como en cualquier relato pulp, ámbito al que se adscribe El sonido de la muerte sin el más mínimo sonrojo.