Playa de Formentor (1964)

Playa de Formentor (Germán Lorente, 1964)

Dos años después de haber mostrado con cierta timidez el primer bañador de dos piezas en una película española en Bahía de Palma (Juan Bosch, 1962) la productora Este Films regresa al lugar del crimen en Playa de Formentor y arranca la secuencia de títulos de crédito con dos muchachas en biquini haciendo esquí acuático. La llegada de Manuel Fraga al Ministerio de Información y Turismo ha favorecido esta evolución y la eclosión de un cine que afecta directamente a la otra rama de interés de su departamento. Los repartos internacionales, los ambientes sofisticados y los escenarios paradisíacos son parte del paquete que Este Films, la compañía de Enrique Esteban, con la colaboración de Germán Lorente, ofrece con distintas variantes dramáticas y geográficas durante un periodo de dos años y que culmina con esta película.

En esta ocasión propone un conflicto más o menos cerrado entre varios personajes: Miguel Asensio (Gabriele Tini), joven arquitecto que llega a Mallorca para trabajar para un constructor (Gerard Tichy) que fue socio de su padre. Sanromá, el constructor, tiene una hija: Cristina (Margit Koscis). Pretende que ella se case con Miguel, de modo que éste herede el negocio. Pero Miguel se ha enamorado de Sandra (Soledad Miranda), una estudiante que se gana la vida acompañando a una excéntrica viuda (Lilí Murati). A su vez, Sanromá mantiene una relación con Sofía (Ana Casares), propietaria de un club con problemas económicos y exnovia del socio de su socio, gracias a cuyo fallecimiento dobló su fortuna. Sofía mantuvo también una relación con Antonio (Óscar Pellicer), un sinvergüenza que pretende casarse con Cristina por interés.

Los caprichos de Cristina, el amor puro que nace entre Miguel y Sandra, la soledad en la cumbre de Sanromá, la frustración de Sofía… Demasiadas tramas que enhebrar. El resultado es que Miguel pulula sonámbulo por la película, armado únicamente con su palmito y sus buenos sentimientos, y que a la hora de resolver el conflicto que parecía plantear la película –el idealismo de Miguel frente al pragmatismo del tiburón financiero Sanromá, quien, para colmo, se erige en figura paterna sustitutoria- el guión prescinde del personaje y centra el conflicto dramático en dos personajes secundarios, como Sofía y Antonio. El final feliz adquiere de este modo carácter de auténtico postizo, tan inane como irritante.

La partitura de José Sola, inclinada hacia la síncopa jazzística en anteriores ocasiones, deriva esta vez hacia la bossa nova y otras piezas de baile asimilables a la música ligera.