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Diógenes es el propietario de un melonar en las afueras del pueblo. Vive en un chamizo, cultiva sus deliciosos melones al son de una armónica y vive del trueque, sin pensar en el futuro. Pero un día entra a robar en el melonar un pequeño huérfano apodado Gorrión.
GÉNERO: Circo,Infancia,Drama
El sol sale todos los días (Antonio del Amo, 1958)
Diógenes (Enrique Diosdado) es el propietario de un melonar en las afueras del pueblo. Vive en un chamizo, cultiva sus deliciosos melones al son de una armónica y vive del trueque, sin pensar en el futuro. Teresa (Mercedes Monterrey), la hija del tendero es la única que se preocupa por él. Pero un día su vida se ve alterada por dos circunstancias coincidentes. Adopta de modo natural a un pequeño huérfano que ha entrado a robar en su melonar, apodado Gorrión (Miguel Ángel Rodríguez), y en sus tierras acampa una modestísima troupe circense. Comanda la compañía Pelotti (Barta Barry): húngaro, polaco, italiano o español, a gusto del público. Todos los componentes del circo Pelotti viajan en un único carromato. Van de pueblo en pueblo, trabajando a cambio de unas monedas.
-Nosotros vivimos como en bicicleta –explica Pelotti en su jerga incomprensible-. Si no marcha, cae.
Por la tarde realizan un pasacalle y montan sus bártulos en la plaza. Por la noche el pueblo se congrega para ver los volatines de Otto, la actuación de los payasos, el número en el alambre de Lina (Marisa de Leza), y la espectacular demostración de faquirismo de Ravi Ramátraka (Daja-Tarto, que luce la misma barba que en Un traje blanco, 1956). Lo primero que hace Pelotti es ofrecerle un vaso de morapio de buen tamaño, que el faquir vacía sin inmutarse.
-¡Eso también lo hago yo! –suelta un gracioso amparado en el anonimato.
Entonces Daja-Tarto procede a comerse el vaso. Lo hace a mordiscos, en trozos grandes; no diremos que con glotonería, pero sí con cierta ansiedad. A continuación, Pelotti presenta la demostración de la “portentosa insensibilidad” del artista y éste procede a enjaretarse un puñalito en una fosa nasal, camino del trigémino. Termina la operación a golpes de martillo. El resto es un argumento con todos los tópicos, de los que la película pretende redimirse con un final adelantado a su tiempo. Diógenes y el Gorrión parten con los titiriteros, el niño enferma y el eterno enamorado de la libertad debe elegir entre “la alegría que pasa” –en expresión acuñada por Santiago Rusiñol-, representada por Lina, y la vida ordenada, encarnada en Teresa, la hija del tendero. Hay entretanto ocasión de contemplar a Enrique Diosdado realizando un número de carablanca que culmina con su perrillo Cleto cantando la Traviatta al son de la armónica.
Circo Méliès