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Harto de su vida frívola, el conde de Almaviva decide viajar a Sevilla y consultar sobre su súbito amor por Rosina a su amigo Fígaro, un barbero que tan pronto escribe una carta de amor como saca una muela.
GÉNERO: Música,Comedia
El barbero de Sevilla (Benito Perojo, 1938)
El barbero de Sevilla es una muy divertida adaptación que Benito Perojo hizo en Alemania de la comedia de Beaumarchais y la ópera de Rossini.
La acción se sitúa en el siglo XVII. El conde Almaviva coquetea en Madrid con cuantas mujeres trata. Incluye en sus conquistas a Susana, pero es sorprendido por el marido de ésta y se entabla un duelo. El conde, para huir, se refugia en un coche que por azar atraviesa la calle y allí conoce a la joven y bella Rosina. Aunque ambos parecen interesarse mutuamente desde el primer momento, Rosina tiene sobre si el férreo control de Bartolo, su tutor, que también encierra intenciones de casarse con ella. Harto de su vida frívola, el conde decide ir a Sevilla y consultar su súbito y real enamoramiento con su amigo Fígaro, un barbero que tan pronto escribe una carta de amor como saca una muela. Precisamente para que le escriba una carta romántica acude a la barbería una joven gitana con la que Fígaro entabla en seguida una cordial amistad. Para ayudar a su amigo el conde, Fígaro se introduce como barbero en casa del tutor de Rosina, a la que así entrega la carta de amor de su amigo y prepara encuentros
A pesar de las incrustaciones en la trama de la tonadillera Estrellita Castro -secundarias y sin demasiado peso como para resultar molestas- la película de Perojo es deudora de Lubitsch y Chaplin, con secuencias memorables de concepción y ejecución, y apuntes satíricos a costa del clero y el ejército que sufrieron una censura no demasiado rigurosa en su estreno español.
El reparto es lo menos afortunado, con un Roberto Rey envarado en el papel de Fígaro y un Fernando de Granada muy poco convincente. A cambio, Perojo, recupera a otros dos protagonistas de La verbena de la Paloma -junto a Roberto Rey- Raquel Rodrigo y Miguel Ligero, en los papeles de la pizpireta enamorada y su rijoso tutor. Alberto Romea tira la casa por la ventana en su bufonesca composición de un clérigo ávaro y glotón.
Escenografía, ambientación, fotografía y demás, impecables, como corresponde a la potente industria alemana del momento.