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En su lecho de muerte, el atormentado Joaquín Monegro recuerda su intensa relación con Abel Sánchez, íntimo amigo suyo desde la infancia, por el que Joaquín comenzó a sentir progresivamente viva envidia, cuando no odio.
GÉNERO: Drama
Abel Sánchez (Carlos Serrano de Osma, 1946)
En su lecho de muerte, el atormentado Joaquín Monegro recuerda aspectos de su vida pasada y, en particular, su intensa relación con Abel Sánchez, íntimo amigo suyo desde la infancia, por el que, y a pesar de ser compañeros inseparables que se profesaban cariño recíproco, Joaquín comenzó a sentir progresivamente viva envidia, cuando no odio.
Ello fue debido a que, en tanto pintor, Abel conocía prestigio y popularidad, satisfacciones que, pese a ser solvente médico, le estaban vedadas a Joaquín. Todo se agrava aún más cuando después de haberle hecho Joaquín una confidencia a Abel en la que le revela la pasión que siente por su prima Helena, es Abel quien, tras pintar el retrato de la joven, la seduce, casándose con ella. Forzosamente resignado, Joaquín acabará consumando matrimonio sin amor para no ser menos que Abel. Todavía más se deteriorará la relación entre ambos cuando Abel decida pintar una alegoría sobre Caín y ambos amigos se enzarcen en agrias discusiones sobre las responsabilidades de los hermanos bíblicos, circunstancia que conducirá a Joaquín a enfrascarse en morbosos estudios sobre la sicología del “Caín”. Para atenuar la desazón que le descompone, Joaquín impulsará una cena de homenaje dedicada a su amigo, motivada por el éxito de una exposición reciente, pero los progresivos éxitos de Abel y los desprecios que sufre por parte de su estirada prima, hacen que Joaquín no se vea libre de su arrolladora obsesión.
Para poner en imágenes y sonidos la pasión inmortal de Joaquín Monegro, Serrano de Osma recurre al abundante archivo de imágenes que su memoria de crítico cinematográfico ha ido almacenando con el paso de los años. Así, puede apreciarse una clara influencia de las vanguardias del mudo, que iría desde el gusto por la iluminación expresionista hasta la asunción, para los pasajes más delirantes de la cinta, de todo un arsenal de recursos (ángulos aberrantes, planos congelados, distorsiones de imagen y sonido...) que ya habían sido empleados por los surrealistas franceses y la vanguardia soviética y que, para aquel entonces, mediados de los cuarenta, habían entrado en claro desuso, por lo que otorgaban al filme una extraña cualidad intemporal.
Quedan así identificadas algunas de las referencias a partir de las cuales la impetuosa y desbordante personalidad de Serrano de Osma construye este denso y torturado discurso fílmico que es Abel Sánchez; excesivo y desproporcionado en ocasiones pero, a menudo, de gran potencia visual. Un discurso en el que se puede apreciar una inteligente comprensión y posterior puesta en imágenes de algunas de las ideas más complejas de la novela de Unamuno; un discurso que, como señalaba más arriba, nace de espaldas a las férreas servidumbres del realismo y apuesta por la experimentación formal o, para decirlo con palabras del propio Serrano de Osma, “por la ruptura en mil pedazos de las leyes de la preceptiva clásica” para crear así “una fórmula nueva” que sirve en esta ocasión para contar una historia de siempre: el mito de Caín.