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Rosalío Mendoza hace negocios igualmente con los revolucionarios y con las fuerzas del gobierno. El general zapatista Felipe Nieto es el padrino de su hijo.
GÉNERO: Revolución México,Drama
El compadre Mendoza (Fernando de Fuentes, 1934)
-¡Pa' Zapata y pa'l gobierno, pa' los dos tengo!
El brindis nupcial de don Atenógenes (Luis G. Barreiro) es lema en la hacienda de don Rosalío Mendoza (Alfredo del Diestro). Que vienen los unos, se cuelga el retrato de Emiliano; que los otros, el del general Huerta. A todos se les ofrece el mejor coñac porque con todos se hace negocio. A éste se le vende una partida de ametralladoras de deshecho; a aquél, una locomotora que aún tiene un tirar. Mientras sus hermanos se dedican a la usura en Ciudad de México, don Rosalío aumenta el patrimonio familiar alternando cosechas de trigo y negocios con ambos bandos.
Pero el día en que está celebrando su boda con Lolita (Carmen Guerrero), las tropas zapatistas toman al asalto la hacienda. La cosa habría terminado en carnicería de no ser por la intervención del general revolucionario Felipe Nieto (Antonio R. Frausto). A partir de entonces, éste comienza a frecuentar a los Mendoza y, cuando Lolita se pone a tejer patucos -síntoma inequívoco de que va a llegar al mundo un nuevo Mendoza- don Rosalío le ofrece el padrinazgo al amigo de la casa.
Junto con El prisionero 13 y Vámonos con Pancho Villa, El compadre Mendoza forma parte de la trilogía revolucionaria de Fernando de Fuentes. En las tres se ofrece una visión muy poco complaciente y romántica de la Revolución. Enfrentado a las pérdidas que ha provocado la voladura del tren que transportaba su cosecha por parte de las tropas zapatistas y a la tentadora oferta del coronel Bernáldez (Joaquín Busquets), don Rosalío deberá decidir de qué lado está su fidelidad.
Las mismas virtudes de Vámonos con Pancho Villa, adornan [i]El compadre Mendoza[/i]. Salvo una caída de ritmo en la escena de la boda -nada raro, por otra parte, pues estamos todavía en el alborear del sonoro en México-, la cinta avanza a ritmo vertiginoso, eludiendo siempre las bifurcaciones más evidentes. Hay un triángulo amoroso tratado con muchísimo pudor; hay una criada muda que [i]simboliza [/i]la conciencia del protagonista y, sin embargo, el símbolo no pesa; y hay, sobre todo, un tratamiento profundamente (a)moral de cómo las relaciones económicas rigen amistades, amores y lo que se ponga por delante. La historia de amor adúltero entre Felipe y Lolita no llega nunca a consumarse, así que el guión ni siquiera proporciona a don Rosalío la coartada de la amistad traicionada, y lo que empieza con tintes de comedia picaresca con ribetes críticos, termina en tragedia de tomo y lomo.