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Las protegidas (Francisco Lara Polop, 1975) / Las desarraigadas (Francisco Lara Polop, 1977)
Debió salirles bien a Paco Lara Polop y al productor Óscar Guarido Tizón la jugada de Las protegidas en 1975 porque dos años después repitieron la jugada con Las desarraigadas. Ambas están protagonizadas por Simón Andreu en el papel de un detective privado españolísimo antes de que Bigas Luna y José Luis Garci pusieran en circulación a los Pepe Carvalho y Germán Areta cinematográficos. A medio camino entre las novelas "hard-boiled" de Mickey Spillane y las series televisivas Mannix (1967-1975) y Cannon (1971-1976), las dos entregas del detective David García aprovechan la creciente permisividad en cuanto a la epidermis femenina mostrable en pantalla y, si en la primera incorporan a Ángela Molina, Sandra Mozarowsky y África Pratt, en la segunda recurren a Carmen Platero, Ägata Lys y la venezolana Yolanda Ríos. La condición de esta última de hippy instalada en una comuna isleña remite a Harper (Harper, investigador privado, Jack Smight, 1966)
El fetichismo de los automóviles es otro de los signos que delatan el momento de su realización, pero aun resulta más llamativo el acuerdo de producción por el que sendos edificios se convierten en coprotagonistas, más que en marco escenográfico de ambas cintas: en la primera es el Eurobuilding de Madrid y en la segunda el hotel Maspalomas Palm Beach. También los locales de ocio -Xairo, El Oasis...- se mencionan repetidamente y son escenario de las múltiples escenas de seducción que suponen el preludio al momento en que, atraídas por el magnetismo sexual del detective, las mujeres se metan en su cama. Son, no sólo por sus argumentos moralizantes, sino por el modo en que están rodadas, películas de un machismo atroz, en las que el cuerpo de la mujer está en función de la escopofilia masculina. Si en algún momento, un personaje femenino intenta hacer valer su autonomía -los interpretados por Yolanda Ríos o Carmen Platero en la segunda entrega-, es puesto en ridículo por el detective o recibe una ración de cintarazos por cuenta de un ex-amante celoso que la amordaza y la inmoviliza con su bota de cowboy con espuelas.
Micrófonos ocultos, minicámaras fotográficas, grabadoras en miniatura, cámaras de súper-8, ganzúas, sobornos... Tal es el arsenal que despliega David García. Muy de vez en cuando, la pistola. Más habitualmente, los puños. Aún hay un elemento más en común: la ambientación en el medio cinematográfico que propicia el hecho de que una de las mujeres a vigilar sea la protagonista de una película a la que su productor quiere proteger a toda costa de un amante despechado que la ha amenazado con desfigurarla y el que uno de los sicarios del director del hotel en Canarias sea especialista en el poblado del oeste Sioux City del Cañón del Águila.
La repetición de la última escena de Las protegidas al principio de las desarraigadas y la continuidad del abogado encarnado por Manuel de Blas como macguffin de esta última, hacen pensar en rodajes consecutivos a pesar de que las dos cintas se estrenasen con año y medio de diferencia. El final de la segunda, en el que David García decide no regresar a Madrid, sino viajar a Alemania en pos de la pérfida Andrea Ray (Ágata Lys) y la amenaza de la ex-hippy hija del constructor (Yolanda Ríos) de instalar en la capital una agencia de detectives que le haga la competencia, deja la puerta abierta a una tercera entrega que nunca se consumó.