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La muerte ronda a Mónica (Ramón Fernández, 1976)
La muerte ronda a Mónica es la demostración palmaria de que Les diabloliques (Las diabólicas, Henri-Georges Clouzot, 1955) seguía proyectando su larguísima sombra sobre el cine de intriga español dos décadas después de su realización. Algunos de sus mimbres argumentales y temáticos, además del clímax en clave de grand guignol, son retomados por Juanjo Alonso Millán en este nuevo vehículo al servicio de Nadiuska, que en esta ocasión asume el papel de una mujer de buena posición económica cuyo matrimonio está en crisis. Federico (Jean Sorel), su marido, se ha convertido, gracias al dinero de Mónica, en socio mayoritario de un pelotazo inmobiliario llamado Eurozonas. Sin embargo, las cosas se complican por la excarcelación de un antiguo cómplice de Federico en negocios de drogas y trata de blancas que ahora pretende resarcirse de los diez años que ha pasado entre rejas. Además, la incomparecencia de su socio Arturo (Arturo Fernández) en las reuniones importantes porque anda siempre encamado con una nueva conquista y la ambición de Elena (Karin Schubert), que le ha puesto al alcance de la mano un cebo en forma de amante (Bárbara Rey), irán tejiendo una serie de líneas de intriga convergentes en las que los asesinatos se multiplican.
Arturo González, su productor, utilizó el clásico gimmick de publicitar que "algunos asistentes a la proyección debieron ser asistidos en diversos centros hospitalarios a causa de los sobresaltos que sufrieron al contemplar la película". ["Denuncia contra una película española por demasiado violenta", en Diario de Burgos, 20 de agosto de 1977, pág. 9.] Se esquiva así el interés central de la película, más allá de la artificiosa intriga y la rutinaria explicación final de la trama: los desnudos de sus tres actrices principales, incluidos dos frontales integrales, poco más de un año después del estreno de La trastienda (Jorge Grau, 1975).