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Ha desaparecido un pasajero (Alejandro Perla, 1953)
Ha desaparecido el pasajero José Sobrino (Santiago Rivero) en pleno vuelo sobre el Moncayo. El veterano inspector Torres (Rafael Durán) y el bisoño Palacios (Mario Berriatúa) aguardan el aterrizaje del avión en el aeródromo de Zaragoza para interrogar a los pasajeros a fin de intentar esclarecer el misterio. Son varios los pasajeros sospechosos: Regina Linares (María Rivas) declara haber viajado desde Barcelona a Madrid como secretaria de una empresa en la que no trabajan mujeres debido a la misoginia de su propietario a consecuencia de su separación matrimonial; Sánchez, viejo conocido de la policía por su dedicación al contrabando, aseguro que desde que salió de la cárcel no ha vuelto a delinquir; un tal Cardona asegura dedicarse al comercio de metales, pero al parecer no sabe nada sobre ellos… Otros quedan descartados desde un principio, como un crítico musical que intentó acceder a los servicios del avión, una pareja de comerciantes de Cascorro enriquecidos gracias al mercado negro —en cuyos diálogos sainetescos se ve la mano de Rafael J. Salvia—, la servicial azafata o Eugenio Donado (Manuel Monroy), galanteador de Regina y aficionado al fútbol que viajaba a Barcelona para ver jugar a su equipo favorito, el Atleti. Las quisicosas de la investigación y las rutinas de la vigilancia ocupan todo el segundo acto. Las sospechas que recaen sobre Regina, por la que Palacios siente un interés romantico, quedan aclaradas cuando descubren que el hombre maduro con el que se ha reunido en el hotel (Otto Sirgo) no es su amante, sino su padre, y que el viaje a Madrid ha tenido por objeto intentar la reconciliación con su madre (Lina Yegros), de la que se encuentra amistosamente separado por incompatibilidad de caracteres.
En el registro del café-concert adonde Sánchez ha conducido al pasajero resucitado para que en esta ocasión lo liquidaran de dos tiros, Palacios, tocado con flexible y pistola en mano, es la viva estampa del policía estadounidense, popularizado en España gracias al cine y a las novelas de a duro, como la colección FBI de la editorial Rollán. A pesar de la paradoja chestertoniana de que los delincuentes se disfracen llamativamente precisamente para pasar desapercibidos o de la imaginativa solución del enigma hitchcockiano —The Lady Vanishes (Alarma en el expreso, Alfred Hitchcock, 1938) es el germen evidente—, el conjunto se ciñe al canon del pujante policial hispano. Antes que las escasas escenas ambientadas en Barcelona —la detención de Regina en el Gran Hotel y la de Sánchez cuando intentaba escapar a Italia con el dinero del desfalco— con apenas un par de secuencias de transición en exteriores, Ha desaparecido un pasajero está emparentada con el primer cine criminal catalán por su carácter procedimental, su loa explícita a la labor heroica de los miembros de la Brigada de Investigación Criminal y por la relación paterno-filial que se establece entre el policía veterano y el recién egresado de la academia.