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La señorita de Trevélez (1936)

Por Santiago Aguilar - De qué va ... - 03/08/2010

La señorita de Trevélez (Edgar Neville, 1936)

La señorita de Trevélez se conserva muy incompleta, con numerosos saltos que hacen difícil su visionado. De los ochenta minutos declarados, quedan sólo 44. La adaptación de la obra de Carlos Arniches es más fiel al espíritu del autor que a la obra en sí. Con no ser considerada por el sainetero una de sus “tragedias grotescas”, Neville acentúa estos rasgos, conjugándolos una vez más con elementos de comedia slapstick –léase, tartazo y batacazo-. Las situaciones cómicas de porrazo y desencuentros se suceden. Cuando Numeriano Galán (Nicolás Rodríguez) sigue a Araceli (Antoñita Colomé) por la calle y le envía un beso, resulta que ella ha doblado la esquina y el que lo recibe es un vendedor de globos. La escena de amor se sitúa en un desván con muebles viejos; un sofá cojitranco que les envía al suelo cada vez que intentan una aproximación –Don Juan hubiera perdido la apuesta con Luis Mejía si hubiera tenido que cortejar a doña Inés en uno igual-.

Otras actrices de la época son capaces de interpretar en registro de alta comedia, aquéllas son más adaptables al modo popular. Ninguna como la vivaracha Antoñita Colomé, una de las presencias más castizamente cosmopolitas del cine republicano, para dar el tono exacto que Neville había encontrado en las heroínas de Lubitsch. Los recuerdos de la Colomé sobre sus rodajes con Neville no podían ser más placenteros. Aunque advierte que era menos metódico que Benito Perojo lo define como un hombre de intuiciones certerísimas, capaz de focalizar una escena a partir de un detalle nimio.
Alberto Romea sobrepasa con mucho el cliché en su interpretación del atribulado don Gonzalo y da abundantes pruebas de bravura interpretativa. La escena muda en la que se dedica a seleccionar el objeto más contundente de la sala con el que descalabrar a Picabea, habla bien a las claras de la confianza de Neville en sus actores y en su propia pericia como realizador. En parecidos términos está concebido el número de magia fallido que le sirve a Neville para colar de rondón una greguería: “la tortilla de relojes, tortilla que da la hora, señores”.

Como siempre, Neville mima a los intérpretes de reparto, tanto o más que a los protagonistas. Del lado de los miembros del Guasa Club destacan, por encima del urdidor de la broma, Picabea y Torrija, pero es que están interpretados por Luis Heredia y Freyre de Andrade, comediantes de raza, que ya habían destacado en el cinematógrafo como secundarios de lujo. A ellos se deben buen número de las carcajadas provocadas por la adaptación de otra obra de Arniches –Don Quintín, el amargao (Luis Marquina, 1935)-, supervisada por Luis Buñuel en el seno de Filmófono.

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