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Una monja que asiste a las reclusas en una prisión de mujeres le cuenta a una de ellas su vida de pecado y desesperación y cómo llegó a tomar los hábitos.
GÉNERO: Drama,Música
Pecado de amor / Il mio amore è scritto sul vento (Luis César Amadori, 1961)
Acaso por tratarse de una coproducción con Italia, nos parece encontrar en esta nueva entrada en la filmografía de Sara Montiel -tercera encomendada a Luis César Amadori- ciertos ecos de los melodramas de Matarazzo protagonizados por Yvonne Sanson y Amedeo Nazzari; sobre todo, del díptico I figli di nessuno (1954) / L'angelo bianco (1955) por aquello de la maternidad fuera del matrimonio y las tocas monjiles. Eso no nos exime de que en la película Sara Montiel se despache con diez canciones, lo que conlleva un metraje de casi dos horas. Los temas musicales -cuplés, tangos, chanson francesa, un tema griego y hasta una pieza de Listz a la que pone letra rafael de León- están justificados por la condición de estrella de la canción de la protagonista. Cuando rememora su pasado ante una suicida frustrada encarcelada, Magda -Magdalena, la pecadora bíblica- Beltrán se retrotrae al momento en el que triunfaba en El Molino de los 20, un night-club que trae a la palestra la nostalgia de la Belle Époque que la propia Sara ha popularizado en El último cuplé (Juan de Orduña, 1957). Ha llegado allí de la mano de Gerardo Esquivel (Gerard Tichy), un canalla que la explota y extorsiona a los clientes que se enamoran de ella. Pero el intento de chantajear al abogado Adolfo Vega (Reginald Kernan), padre de uno de sus amantes (Mario Girotti, futuro Terence Hill), se saldará con la muerte del chulo. Magda afronta el juicio por asesinato sin revelar la identidad del testigo que podría salvarla de la cárcel y le permitiría seguir cuidando a su hijita. No quiere comprometer el pretigio y el buen nombre de Adolfo que, no obstante, se presenta en el juzgado para exculparla con su testimonio. Pero el mal ya está hecho: cuando magda sale de la cárcel, se enter de que su hija ha sido entregada en adopción y que nunca volverá a verla. Desengañada de todo, emprende una gira internacional de varios años acompañada por su pianista y amigo fiel (Rafael Alonso). En Grecia, se reencontrará con Adolfo. Pareciera que este amor puede redimirla, pero los reveses del destino se acumularán durante los últimos veinte minutos de metraje hasta que Magda termine, convertida en sor Belén, cantando en la boda de su propia hija, que nunca conocerá el sacrificio de su madre.