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Una chica de provincias vija a la capital para comprobar qué vida está haciendo su novio y se encuentra con que es un auténtico crápula.
GÉNERO: Comedia
El alma se serena (José Luis Sáenz de Heredia, 1970)
El reparto casi íntegro de la comedia de Alonso Millán El alma se serena, estrenada en el teatro de la Comedia en 1968, pasa a su adaptación cinematográfica por parte de José Luis Sáenz de Heredia. Suponemos, por tanto, que aunque el guión cocinado a cuatro manos por el realizador y Mariano Ozores aliñe convenientemente los cuadros teatrales, las interpretaciones deberían mantenerse bastante fieles a lo visto en el escenario. Manolo (Alfredo Landa) ha viajado desde Zamora a Madrid para darse la gran vida. En estas juergas le acompañan el carota de Bernabé (José Sacristán) y Adela (Josele Román), una chica de alterne dispuesta a salir adelante como sea. Mientras tanto, en Zamora se consume de amor Chelín (Concha Velasco), que termina rompiendo con todos sus pretendientes porque de quien de verdad está enamorada es de Manolo. Así que, de acuerdo con su madre (Margot Cottens), viaja a Madrid y seduce a Manolo a base de jotas raciales y comidas contundentes. La cinta realiza de este modo su paso del Ecuador. Casados e instalados en Zamora, Manolo mengua aún más a ojos vista, porque Chelín, preocupada porque su "degeneradito" no eche de menos la vida "de frenesí" que llevaba en la capital, lo tiene consumido en orgías fantásticas. Viendo peligrar su vida, Manolo recurre a Bernabé para que le saque de su casa con alguna excusa y se instala en un chaletito de la Ciudad Lineal con Adela, a la que obliga a vestirse de castañera y a hacer una vida rutinaria y doméstica a más no poder. Chelín hará lo que sea por recuperarlo.
El alma se serena sigue adoptando un modelo que ha regido buena parte de la colaboración de Sáenz de Heredia con Concha Velasco, aunque con una variante: la actriz no es en esta ocasión la representante de la modernidad, sino la de la tradición, el terruño y lo propio. Pero tampoco Landa y Sacristán encarnan a dos abanderados del cambio: se disfrazan de hippies, pero es patente que no les interesan lo más mínimo la paz y el amor. Lo que se pretendía comedia de costumbres que se burlara de lo rancio de la vida provinciana y de un casticismo anquilosado pasa así a convertirse en sátira de los nuevos tiempos y en canto al amor reglamentado: jueves y domingos, según el acuerdo al que llega la pareja legítimamente constituida en el último acto. Muy lejos todo de aquella tragedia grotesca urdida por Ferreri y Azcona en torno al matirarcado en L’ape Regina / Le lit conjugal (1963), con la que la comedia de Alonso Millán y la cinta de Sáenz de Heredia tienen más de un punto de contacto argumental.