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Antes de comenzar su gira por Estados Unidos, Julio Iglesias se toma unos días de descanso en la isla de Contadora. Allí conoce a una joven arqueóloga.
GÉNERO: Drama,Música
Me olvidé de vivir / Todos los días, un día (Orlando Jiménez Leal, 1979)
Aunque no esté uno al tanto de la carrera de Julio Iglesias basta una consulta superficial para enterarse de que 1978 es el año de su separación de Isabel Preysler, de la firma de un contrato millonario con CBS, de la alianza creativa con Ramón Arcusa y del establecimiento de su residencia den Miami. Con una década de diferencia con su anterior película, La vida sigue igual (Eugenio Martín, 1969), el cantante regresa ante las cámaras cinbematográficas en una operación de crossover perfectamente calculada.
Julio graba en París, comparte micrófono improvisadamente durante la cena con el crooner Tony Martin y marcha con su equipo -el promotor genial Tano (Antonio Gamero), el fotógrafo José María (Emilio Gutiérrez Caba) y la agente de prensa Adriana (Gigi Rua)- a Contadora (Panamá) donde pretende descansar antes de su concierto en el Madison Square Garden. Pero la tranqulidad se acaba cuando, en una ciudad maya, conoce Claudia (Isa Lorenz) a una atractiva estudiante de arqueología de padres alemanes. Esta relación despierta los celos de Laura (Carol Lynley), la agente de prensa estadounidense, y provoca un retraso en la llegada a la ciudad que contraría a Pedro (Pedro Armendariz jr.), el proganizador del concierto.
Formado en el repoterismo cinematográfico en Cuba a finales de la década de los cincuenta y exiliado en Estados Unidos, Orlando Jiménez Leal ha codirigido con León Ichaso apenas un año antes El Super (1979), una comedia costumbrista sobre la pervivencia de la cultura propia entre los transterrados que es todo lo contrario que este producto híbrido, sin consistencia dramática ninguna y con unos diálogos imposibles. Por eso parece más cómodo cuando filma un mercadillo local en Contadora o el ambiente previo a los conciertos en el Madison Square Garden de Nueva York y en el Orange Bowl de Miami. Y así, lo que podría haberse convertido en la radiografía de un fenómeno comercial sin precedentes -el primer concierto está organizado por Ralph Mercado, el responsable de los grandes eventos salseros de aquellos años- se convierte en una fotonovela en la que cada viñeta es un tópico. Trasunto de todo ello es la entrevista en falso directo que se graba en una emisora latina de Miami antes del comcierto pero para ser emitida después. Las preguntas y respuestas se ajustan a un guión predefinido en el que emociones y sentimientos resultan tan impostados como el romance que sirve de hilo argumental a la película. Jiménez Leal sigue asegurando que la responsabilidad del desbarajuste fue de Alfredo Fraile, el manager de Julio y productor de la cinta.
En el escenario, hacen coros las entonces no menos célebre Trillizas de Oro y durante los títulos de crédito se puede ver empuñando una cámara ante la torre Eiffel a Ana García Obregón, en una de sus primeras apariciones en la pantalla.