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Un diplomático chantajea al amante de su mujer para que la asesine y se lleva el cadáver descuartizado a Tánger para hacerlo desaparecer.
GÉNERO: Comedia Negra,Intriga
Una maleta para un cadáver / Il tuo dolce corpo da uccidere (Alfonso Brescia, 1970)
Hay veces en que la adscripción genérica en lugar de ayudar a valorar la película, juega a la contra. Suele ocurrir con filones altamente codificados a cuya filiación la cinta en cuestión no se ciñe de un modo exacto. Parece que cuando el espectador avisado se enfrenta a ésta de Brescia, quiere ver a toda costa un giallo. La defraudación de expectativas al encontrarse con una comedia negra sobre un cadáver descuartizado provoca una decepción por completo ajena al planteamiento argumental.
El cadáver descuartizado es el de Diana (Françoise Prevost), insoportable esposa de Clive Arlington (George Ardison), un diplomático británico en Madrid. Y la maleta no es una, sino dos. Al parecer Clive logró sacar de Alemania unos documentos comprometedores sobre el pasado nazi del profesor Franz (Eduardo Fajardo) y chantajándole con ellos consigue que mate y descuartice a Diana, que no sólo es su amante, sino que odia a los peces a los que el pobre Clive dedica todos sus mimos. Cuando ella los hace desaparecer, el marido, que es víctima de continuas fantasías homicidas, decide llevar su plan adelante, trasladar las dos maletas a Tánger gracias a su pasaporte diplomático y hacerlas desaparecer en las piletas de ácido que hay en las curtidurías que posee su mujer en esa ciudad. Pero en el aeropuerto equivocan una de las maletas. Tres mujeres podrían tenerla en su poder: la ya madura y necesitada de amor Mabel (Luisa Sala), la bailarina Nadia (Nadia) y la joven modelo Lena (Orchidea de Santis), para colmo, aficionada a la ictiología, como Clive. Por supuesto, casi nada es lo que parece.
Resuelta en clave de farsa grotesca durante su primera mitad, Una maleta para un cadáver deriva en la segunda hacia la intriga durante la segunda y juega descaradamente a la tragedia en el episodio protagonizado por la madura Mabel. La consistente utilización de los escenarios tangerinos fotografiados en Eastmancolor y Techniscope por Emilio Foriscot, añaden un plus a esta segunda parte del relato. A ello se suman decisiones no siempre previsibles, como la de no utilizar música en la secuencia de la persecución por las azoteas, o el uso del montaje sincopado en algunas secuencias, con elementos procedentes de las fantasías y terrores del protagonista. Todo ello convierte esta coproducción que parece diseñada para sattisfacer exclusivamente determinadas expectativas genéricas en una grata sorpresa.