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La fascinación por una modelo lleva a un hombre de negocios a asesinar a su esposa.
La diosa arrodillada (Roberto Gavaldón, 1947)
Raquel (María Félix) sólo entiende el amor como entrega total y Antonio (Arturo de Córdova) es un hombre casado con una mujer de naturaleza débil (Charito Granados). La obsesión de Antonio -que le ha llevado a comprar una estatua para la que Raquel ha servido de modelo y a colocarla en el jardín de su casa- le empuja al crimen. Desconocedora de su acto de amor supremo, Raquel marcha a Panamá en compañía de Nacho (Fortunio Bonanova), un playboy que planea explotar al acaudalado hombre de negocios que ha seguido a la mujer hasta allí. Pero entonces ella descubre las pastillas de cianuro que Antonio escondía en el encendedor y decide asumir junto a él su destino. Regresan a México, donde Antonio debe testificar ante las sospechas de que la muerte de su mujer no fuera por causas naturales. Raquel asume el compromiso hasta el final: se casa con él. Pero ahora Antonio se siente atrapado y la rehúye en la inmensa casa en la que todo recuerda a la fallecida. Cuando, al fin, han decidido viajar a Nueva York y emprender una nueva vida, él es detenido por el asesinato de su esposa a consecuencia de una denuncia de Nacho.
Hasta cinco personalidades confluyen en la tensa configuración de La diosa arrodillada: los alambicado diálogos de José Revuelta; la fotografía asimilada del noir estadounidense de Alex Phillips; la barroca planificación de Roberto Gavaldón; la intepretación de Arturo de Córdova, cuajada de sus tics habituales capaces de elevar el histrionismo a la condición de arte; y la belleza incendiaria de María Félix, a la que Gavaldón sitúa en el trance imposible de interpretar un largo número musical con cuplés y bailes. Ella se toma la revancha luciendo atuendos y tocados inverosímiles y dejándose arrastrar hasta el éxtasis erótico ante el mero abrazo de su amante.