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Un hombre que no ha muerto como es debido es perseguido por el marido de su amante para rematar su obra.
GÉNERO: Intriga
De cuerpo presente (Antonio Eceiza, 1965)
A Nelson Bray (Carlos Larrañaga) van a enterrarlo vivo. Él sabe que no está muerto. No puede haber muerto por haber besado a Mairin (Lina Canalejas). Haciéndose pasar por su viuda, deposita una llave entre las manos del difunto y desliza una dirección en su oído antes de que los empleados de pompas fúnebras cierren el ataúd. Así que cuando el coche fúnebre se detiene en un semáforo, hace saltar la tapa del ataúd y escapa. Joe (Alfredo Landa), un tipo bajito con aspecto de gánster, sale en su persecución por orden de Barlow (José María Prada), el hombre que ha intentado envenenarlo. En busca de un traje con el que poder huir, Nelson va cayendo entre los brazos de las mujeres más voraces y poniéndose a tiro de los maridos más celosos. No es extraño que se gane el apelativo del "sátiro del pijama a rayas" y que los reporteros le sigan tambien. Fabricantes de refugios atómicos y empresarios megalómanos le ofrecen cantidades astronómocas por utilizar su recién ganada fama -y su muerte como momento culminante de la misma, claro- para publicitar sus productos.
La partitura disonante de Luis de Pablo, la fotografía contrastadísima de Luis Cuadrado y el montaje sincopado de Pablo G. del Amo confieren al conjunto un tono de modernidad ajeno por completo a lo que se estilaba en el Nuevo Cine Español, pero también extraño al espíritu de la Escuela de Barcelona, y eso que, Gonzalo Suárez mediante, la cinta de Eceiza guarda cierto parentesco con Fata Morgana (Vicente Aranda, 1965). Como bien apunta desde el interior del relato el reportero interpretado por Tip, Nelson es el “héroe moderno”, carente de atributos más allá de una imagen que los medios de comunicación hacen y deshacen en un instante. Su disolución en una cuba de ácido -en la única escena en color de la película- resulta un final de lo más adecuado.
De cuerpo presente es una de las películas más insólitas del cine español de los sesenta y el duelo en el que Nelson hace que sucumba un general de opereta obligándole a bailar un frenético twist no deja de ser una diáfana metáfora del fin del franquismo a manos de la modernidad que el propio régimen ha auspiciado.