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Sancho Panza entrega a una moza de mesón llamada Aldonza la carta que su señor Don Quijote dirige a la inexistente Dulcinea.
Dulcinea (Vicente Escrivá, 1963)
Antes de dedicarse en cuerpo y alma -esto es, como guionista, productor y director- al cine de consumo, Vicente Escrivá dirigió dos películas de gran ambición. La primera fue El hombre de la isla (1961), la segunda esta adaptación del drama de Gaston Baty a partir de los personajes del Quijote. La obra se había estrenado en Francia en 1938 y Huberto Pérez de la Ossa la presentó en el Teatro Nacional María Guerrero en la posguerra. A partir del prestigio de esta versión, Luis Arroyo, el hermano de Ana Mariscal, realizaría una primera adaptación con ella como protagonista en 1947. A principios de la década de los sesenta a Escrivá debió parecerle que aquella película estaría ya olvidada y que el tema se prestaba a una producción ambiciosa, en colaboración con Italia y Alemania. La salida de este último país del proyecto le obligó a asumir todo el coste y dejó a Aspa P.C., su productora, en tal situación que ya no volvería a asumir ninguna película sin las máximas garantías comerciales.
Aldonza (Millie Perkins) es una moza de partido en una venta cerca del Toboso. Su principal fuente de ingresos es la prostitución. Por ello es repudiada tanto por la gente del pueblo -aunque los hombres bien que la buscan- como por la iglesia. Al mesón llega el cardenal Acquaviva y asiste a la representación que el titiritero maese Pedro (Antonio Garisa) hace de la escena en que Don Quijote pide a unos caballeros que rindan pleitesía a su dama Dulcinea sin siquiera haberla visto. Mientras tanto, el caballero de la triste figura ha quedado haciendo penitencia en Sierra Morena y ha enviado a Sancho (Folco Lulli) a que le entregue una carta a su dama. El escudero llega al mesón y le da el mensaje a Aldonza. Seducida por las palabras que le ha leído un hidalgo viudo (Andrés Mejuto), Aldonza sale en busca del caballero y asume su locura como propia al escuchar su nombre en su lecho de muerte.
A partir de ahí se convertirá en una especie de santa laica, empeñada en ejercer la misericordia en un mundo despiadado poblado de pícaros como el peregrino del Camino de Santiago (Cameron Mitchell) y el falso ulcerado (Antonio Ferrandis). Todos se aprovechan de ella, que terminará siendo juzgada por la Inquisición. El inquisidor (Pepe Rubio) la condena a la hoguera por haber propagado la peste al socorrer a una moribunda.
Escrivá toma como modelos para su adaptación Det sjunde inseglet (El séptimo sello, Ingmar Bergman, 1957) y La passion de Jeanne d'Arc (La pasión de Juana de Arco, Carl T. Dreyer, 1928). La fotografía de Godo Pacheco, la música de Giovanni Fusco y la dirección artística de Enrique Alarcón operan en un único registro expresionista en una película lastrada, no obstante, por su supeditación al texto, al diálogo.