Secuestro (2016)

Por Santiago Aguilar - De qué va ... - 09/09/2018

Secuestro (Mar Targarona, 2016)

Patricia (Blanca Portillo) es una abogada con su vida plenamente bajo control, una triunfadora cuya vida personal gira en torno a su hijo, un niño sordomudo de nueve años. Pero un día, el niño desaparece del colegio y en la comisaría identifica al hombre que le ha secuestrado (Andrés Herrera), un tipo peligroso metido en el mundo turbio de la peleas de perros. Las pruebas no son concluyentes, el hombre queda en libertad y empieza a acosar al niño y a la abogada y ésta le pide a su antiguo amante (José Coronado) -en realidad, el padre del niño- que se encargue de que el secuestrador deje de rondar su casa. Justo entonces, el niño identifica a otro hombre y termina confesando que, en realidad, no hubo tal secuestro, que están abusando de él en el colegio, que se escapó y que tuvo miedo de decir la verdad y por eso inventó lo del secuestro. Pero Patricia ha puesto ya en marcha un mecanismo que no se puede parar.

El thriller contemporáneo hispano sigue su trayecto imparable hacia ninguna parte. A la búsuqeda de un no-lugar en el que ambientar la acción y al mimetismo formal con cualquier producto homólogo, se une en esta ocasión una absoluta falta de toma de postura moral -lo que no tiene nada que ver con su moralidad o amoralidad, que a uno le importa bien poco- sobre lo narrado, de modo que como espectadores terminamos ante el mismo precipicio que la protagonista.

La responsabilidad de tal disfunción no recae en la interpretación, ni siquiera en la dirección, sino en el guión, que acumula giro sorprendente tras giro sorprendente. El espectador haber pasado de ente infantiloide al que hay que explicarle todo porque si no se pierde, a convertirse en un enemigo que ha visto las mismas películas y series que el libretista y al que hay que proporcinarle información interesada con cuentagotas para traerle y llevarle a través de un laberinto del que sólo el guionista conoce la salida.

El resultado son dos horas de frenéticas caramabolas -y atendiendo sólo a esta premisa el guión resulta irreprochable- por el que las productoras siguen apostando y el público validando en taquilla. O sea, que el equivocado es uno, que se empeña en seguir bajo el olmo esperando que caigan peras.