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La hija del penal (1936)

Por Felipe Cabrerizo - De qué va ... - 28/11/2013

La hija del penal (Eduardo G. Maroto, 1936)

La historia nace de una noticia sobre la clausura de un penal francés por falta de presos que Maroto había leído en la prensa. Con estos mimbres y el ritmo musical de René Clair por bandera Maroto trama su historia en la cárcel de Pedregalejo, en una de cuyas celdas que fallece el último recluso, un cantante de zarzuela cuyas últimas palabras son un vigoroso “¡viva! al arte lírico español en decadencia”.
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El personal de la prisión teme el posible cierre, pero por fortuna poco después llega un nuevo preso. Austregisilio Pla (Antonio Vico) está acusado de haber asesinado al hijo del cacique del pueblo cuando intentaba seducir a su hermana Lina (Carmen de Lucio). Los carceleros tratan al nuevo recluso con gran delicadeza para evitar que cualquier problema les deje sin trabajo, pero aquél, harto de tanta atención decide pedir el traslado a La Tropical, una cárcel en la que dan “cinco platos y postre” y que además está en la ciudad, “en un sitio céntrico (…) que si a uno se le ocurre cualquier cosa sabe que tiene en la puerta el tranvía y el metro”. Entonces entra en escena Ana (Blanca Negri) la hija del director del penal, “una mujercita muy de su cárcel”, dispuesta a enamorar al preso para retenerlo allí. La cosa termina en boda, pero llega la terrible noticia de que Austre es inocente. Sin embargo, soluciona el problema del despido comprando la penitenciaría por 7.500 pesetas y transformándola en un balneario de lujo en el que dará trabajo a todo el personal, que canta a coro: “señora, señorita, señor Conejo / que sean bienvenidos a Pedregalejo. / Si usted tiene reúma o está cansada, / pues beba usted estas aguas / bromocloruroyodadas”.

Sin abandonar del todo la parodia –los elementos más característicos del género carcelario al modo de la Warner Bros. y del lírico al estilo patrio son objeto de mofa- La hija del penal consigue, en opinión de los críticos, construir un universo humorístico coherente en cuya médula se encuentran, sin duda, los diálogos de Mihura.

Según señala Maroto, la vagancia del escritor a la hora de cumplir plazos no tardó en convertirse en un problema. “Como Mihura era tan abúlico, me mandaba los diálogos la noche antes de tenerlos que emplear”. Aún así, la efectividad de los mismos fue palmaria ya en el mismo momento del rodaje, en el que “teníamos que parar de vez en cuando porque los electricistas y maquinistas se tiraban de risa y había que hacer una pausa para que se desfogasen”.

También el público ríe. La hija del penal se estrena el 14 de enero de 1936 en el cine Rialto de Madrid y cosecha elogios sin número, a pesar de su modestia. El crítico de “ABC” subraya que lo más destacado de la cinta es “esa colaboración entre el animador de la imagen y el animador del verbo” , en tanto que el de “El Heraldo de Madrid”, concluye: “un éxito rotundo para Maroto, como director; para Mihura; para Montorio por su inspiración musical, y para Cifesa porque ha descubierto otro filón”.

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