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Abraham quiere que Salomé baile para él. Ella le pedirá, en pago, la cabeza de su hijo.
GÉNERO: Historia
Salomé (Pedro Almodóvar, 1978)
Después de un periodo de superochismo militante, Pedro Almodóvar realiza en 16mm y con los medios técnicos aportados por Luciano Berriatúa su particular versión del mito de Salomé.
En lugar de bailar ante Herodes por la cabeza de Juan el Bautista, esta Salomé almodovariana (Isabel Mestres) se presenta ante Abraham (Fernando Hilbeck) y su hijo Isaac (Agustín Almodóvar). El argumento se ciñe entonces a la plantilla bíblica desdoblada. Salomé bailará la danza de los siete velos ante Abraham y le pide que sacrifique a su hijo, entregándole su cabeza, previa hipnosis, claro. La zarza ardiente por la que habla la voz de Jehová (Juan Lombardero) aprobará la obediencia ciega de Abraham con un nuevo mandato. El mismísimo Dios se ha encarnado en Salomé para ordenarle que recoja los velos de los que se acaba de despojar y que serán los que las mujeres lleven desde entonces en el culto.
Almodóvar busca la legitimación de su obra en el movimiento underground neoyorquino y en dos españoles asentados en el extranjero y dedicados al cine entonces denominado “experimental”: Celestino Coronado y Adolfo Arrieta. El primero filma una versión cinematográfica del montaje de Lindsay Kemp sobre la obra de Oscar Wilde; el segundo adopta un punto de vista puramente iconográfico ante algunas referencias relgiosas omnipresentes en la España de la posguerra.
El manchego se decanta por un juego paródico en el que hace colisionar las fantasías colosales, al estilo de Cecil B. DeMille, con la pobreza de medios con la que rueda y con la banda sonora. Salomé bailará así al ritmo del pasodoble “El gato montés”, del maestro Penella. Recordemos que la década de los setenta supone el apogeo del kitsch como formulación artística.
¿Es intencionada la semiveladura de la imagen a lo largo de esta secuencia? Probablemente, no. Y sin embargo, resulta perfectamente adecuado a la naturaleza de una obra que se quiere libre e iconoclasta.